5 de junio de 2015

las bombachas rosas

Oliver estira el brazo y me agarra mi mano entre las suyas. Está dormido. La española me habla todo el viaje de cosas que no me interesan, lugares de la India, nombres que no voy a recordar. Yo quiero cerrar los ojos y apoyarme sobre el hombro de Oliver, rodearlo con el brazo. Hay mucho ruido de la ruta, del colectivo destartalándose y la música de la radio como para mantener una conversación. Odio levantar la voz y a veces tener que hacerme la que escuché o tener que pedir que me repitan algo. Odio tener que pedir que me repitan algo. Le suena el teléfono y lo busca adentro de su mochila desesperada. Yo aprovecho y cabeceo, me hago la que se me cierran los ojos, lo hago tan bien que hasta me lo creo, me da sueño y empiezo a sentirme un poquito mareada. Apoyo la cabeza sobre el hombro de Oliver, él me rodea con el brazo, encuentro un hueco perfecto abajo de su clavícula, rota tantas veces. Soy libre de nuevo. En el colectivo hay olor a caca humana.
Cometí el grave error de confesarle a Oliver que me gusta robar cosas. Me pidió que le diera un ejemplo de cosas que me había robado. Había empezado con cosas chiquitas, nunca a negocios chicos, sino a supermercados, aeropuertos, negocios caros.
-Por ejemplo, mi billetera, le dije y me miró horrorizado.
-La robé en el aeropuerto de Auckland.
-¡Qué hermosa billetera!, me dice todo el mundo, y yo siempre recuerdo el robo avergonzada en secreto. No sé por qué lo hago, pero me encanta. Algo de saber que me pueden descubrir, pero que yo soy más inteligente y mejor mentirosa que ellos. Hasta tengo un sistema de mentiras ideadas en caso de que me agarren. Oliver desaprueba, cada tanto me sermonea al respecto, desde que estamos en la India todavía más. Entonces a mí me gusta contarle sobre más cosas que robé, porque me imagino lo que diría Catie, y lo que diría Oliver al respecto, los dos tan adentro de las reglas y las locuras del mundo enfermo que se construyeron. Yo quiero salirme de esa esfera disparada a mil millones de kilometros por hora, como un meteorito hacia el mal, hacia todo lo que Santa Catie no haría. Oliver, tu futura esposa es ladrona. La última vez le conté que Ciaran me había enseñado a robar en el Wallmart y que muchas veces robábamos paltas y cosas caras para cocinar. Me preguntó si me había robado las bombachas rosas y le dije que no, esas las compré. Sospechaba que no iba a conseguir bombachas en la India y en Australia eran muy caras. Compré un paquete del supermercado y cuando llegué a la casa lo abrí. Ashley me encontró en la habitación desplegando uno a uno las bombachas enormes sobre la cama. Nos agarró un ataque de risa, ella se puso una en la cabeza, la cubría como una gorra de natación. Yo me puse una por encima de las calzas, era grande como un short, mis cachetes del culo quedaban absolutamente cubiertos y sostenidos por algodón. Nunca había tenido bombachas tan grandes. Pero no estaba para andar gastando más dólares en coqueterías y considerando la falta de expectativas sexuales con Oliver, no me pareció importante. Igual siempre aprovechaba para reírme un rato de ellas.


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