4 de junio de 2015

Cuando llegamos a Margao todavía es de noche. Oliver sigue re copado hablando con sus amigos. Yo me siento en un banco de la terminal, dejo mi mochila grande en el piso, agarrada a mi pie. Oliver se acerca y me deja su mochila también.
-Vamos a averiguar si hay micros, ¿te quedás cuidando las cosas?
-Sí, no hay drama

Los veo alejarse, Oliver va hablando y los otros dos lo miran y le prestan atención como si fuera alguien muy importante. No sé qué tiene que hace que al principio la gente lo respete mucho. Sonríe y tiene la cara amable, creo que eso le juega a favor. Conmigo todavía tiene cierto poder. Estoy de muy mal humor con estos dos tipos que ni me miran y Oliver que, culposo como es, siempre se prende en todas. Yo quiero tomar un taxi y dejar de perder tiempo con ahorrar dos mangos. En la estación mucha gente está durmiendo en el suelo, de afuera entra un viento con olor al humo de los autos. El dominio público y el privado se desdibujan; un señor al lado mío se urga la nariz, atrás alguien escupe mocos. 
Lejos ya, veo a Oliver con los pibes, frenaron no sé a qué. Oliver agarra su botella, abre y toma, le ofrece a uno y después al otro. Busco el tabaco en mi mochila chica, tengo un poco de porro adentro del paquete. Armo un cigarrillo con un poco de los dos, apilo las mochilas sobre el asiento y salgo a fumar. Traigo conmigo mi mochila chiquita. En las otras tenemos sólo ropa sucia, no sería ninguna desgracia que nos robaran al menos la de Oliver. Afuera está todavía más oscuro y se ve a gente ir y venir en la ciudad que recién se pone en movimiento. Veo la parada de taxis. Busco a Oliver con la mirada pero ya no están a la vista, nuestras mochilas todavía sí. Me fumo mi cigarrillo un poco intranquila y vuelvo a entrar. Sentada en el banco, fumada, me quedé dormida.

Oliver me despierta con un cigarrillo colgando de la boca.
-Vamos a tomar un taxi, me dice mientras levanta su mochila del piso y se la cuelga en la espalda. Me extiende la mano para ayudarme a levantar, ya estoy de mejor humor sabiendo que vamos camino a una ducha y una cama. No entiendo bien por qué el auto nos deja en la entrada de una playa. Es una calle de arena con dos o tres bares y algunos negocios, todo cerrado. Parece ser el centro del balneario. Bajamos todos del auto y los chicos empiezan a caminar hacia la playa, Oliver y yo los seguimos. Me saco las sandalias y ando descalza por la arena. El cielo está rosa intenso y el sol empieza a salir, ya hace bastante calor. Formamos una ronda, uno de ellos habla por un celular. Corta y no explica que en su pensión no hay lugar para nosotros, está lleno. Uno de ellos es alto, tiene los hombros duros como Frankestein y bigotes oscuros. El otro es más petiso y gordito, con ojos saltones y pelo lacio de raya al medio. Tiene brazos musculosos.

El alto le ofrece el celular a Oliver para que llame a otra pensión. Le marca el número y Oliver se aleja, dejándome sola con su dos amigos nuevos.

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