Tarda
un rato en atendernos y yo me siento en una esquina, me duele el
talón de tanto caminar con la mochila. Oliver habla con él. No hay
más lugar.
-¡Ah!
Síganme.
En
la India nunca nos van a echar de un lugar, una vez que alguien te
tiene en sus manos, nunca te va a dejar ir, si no puede darte lo que
querés, te va a llevar a quien sí pueda hacerlo. Es generoso y
agotador a la vez. Me cuelgo la mochila de nuevo y seguimos un rato
cuesta arriba, hasta afuera de los bordes del pueblo. Nos metemos por
un pasillos de enredaderas verdes. A la izquierda hay una entrada con
el nombre “Gilda”. Pero seguimos de largo, el chico abre una reja
al fondo, Oliver la cierra tras él. Entramos a un jardín
descontrolado como una jungla. En el medio, una fuente llena de
flores de loto, atrás un techito de paja, una mesa y un círculo de
piedras en el suelo para hacer fogón, una casa en el árbol y varios
bancos. Al fondo, una reja bajita de juncos separa el jardín de un
pantano y, más allá, la selva. El chico nos muestra una habitación.
A Oliver le encanta, pero a mí no me gusta porque tiene el techo
abierto. Por ahí seguro entran cucarachas a la noche. Además, con
el escándalo que acaba de hacer Oliver con la española, me siento
en mi derecho de quejarme de algo que me moleste a mí. La otra
habitación tiene el techo cerrado y es más chica. Nos quedamos acá.
Para cortar la tensión, yo me voy a bañar. Oliver, obviamente sale
rajando para el fondo del jardín, a jugar entre los árboles con sus
pelotas y sus aventuras tan suyas. Bañarme es todo un tema: sacar
las cosas de la mochila, siempre el miedo a que algo haya volcado,
buscar las ojotas, la toalla, una bombacha; encontrar algún lugar en
el baño donde poner todo eso y que no se moje. Cada lugar era
diferente y me enfrentaba a distintos desafios. En este baño
encuentro dos canillas a la altura de mis muslos, escrito con
marcador azul sobre la pared: hot, cold. Hay un banquito de plástico
bien bajo, y un recipiente para juntar el agua con forma de corazón.
Dejo todo sobre el inodoro y me siento en el banquito, me puedo
abrazar las rodillas contra el pecho. Hace tanto calor que no me
siento ni desnuda.
Me
gusta tomarme mi tiempo, nunca me bañé así antes.
Me
pongo el vestido nuevo, el trasparente pero que cubre. Es violeta y
largo, con lazos al frente para hacerte un nudo en el cuello y otro
lazo en la cintura. Lo veo a Oliver en el fondo, parado en la casita
del árbol, haciendo sus malabares con los auriculares puestos y la
concentración de un ninja.
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