9 de junio de 2015

Tarda un rato en atendernos y yo me siento en una esquina, me duele el talón de tanto caminar con la mochila. Oliver habla con él. No hay más lugar.
-¡Ah! Síganme.
En la India nunca nos van a echar de un lugar, una vez que alguien te tiene en sus manos, nunca te va a dejar ir, si no puede darte lo que querés, te va a llevar a quien sí pueda hacerlo. Es generoso y agotador a la vez. Me cuelgo la mochila de nuevo y seguimos un rato cuesta arriba, hasta afuera de los bordes del pueblo. Nos metemos por un pasillos de enredaderas verdes. A la izquierda hay una entrada con el nombre “Gilda”. Pero seguimos de largo, el chico abre una reja al fondo, Oliver la cierra tras él. Entramos a un jardín descontrolado como una jungla. En el medio, una fuente llena de flores de loto, atrás un techito de paja, una mesa y un círculo de piedras en el suelo para hacer fogón, una casa en el árbol y varios bancos. Al fondo, una reja bajita de juncos separa el jardín de un pantano y, más allá, la selva. El chico nos muestra una habitación. A Oliver le encanta, pero a mí no me gusta porque tiene el techo abierto. Por ahí seguro entran cucarachas a la noche. Además, con el escándalo que acaba de hacer Oliver con la española, me siento en mi derecho de quejarme de algo que me moleste a mí. La otra habitación tiene el techo cerrado y es más chica. Nos quedamos acá. Para cortar la tensión, yo me voy a bañar. Oliver, obviamente sale rajando para el fondo del jardín, a jugar entre los árboles con sus pelotas y sus aventuras tan suyas. Bañarme es todo un tema: sacar las cosas de la mochila, siempre el miedo a que algo haya volcado, buscar las ojotas, la toalla, una bombacha; encontrar algún lugar en el baño donde poner todo eso y que no se moje. Cada lugar era diferente y me enfrentaba a distintos desafios. En este baño encuentro dos canillas a la altura de mis muslos, escrito con marcador azul sobre la pared: hot, cold. Hay un banquito de plástico bien bajo, y un recipiente para juntar el agua con forma de corazón. Dejo todo sobre el inodoro y me siento en el banquito, me puedo abrazar las rodillas contra el pecho. Hace tanto calor que no me siento ni desnuda.
Me gusta tomarme mi tiempo, nunca me bañé así antes.

Me pongo el vestido nuevo, el trasparente pero que cubre. Es violeta y largo, con lazos al frente para hacerte un nudo en el cuello y otro lazo en la cintura. Lo veo a Oliver en el fondo, parado en la casita del árbol, haciendo sus malabares con los auriculares puestos y la concentración de un ninja. 

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