15 de julio de 2015

En el sorteo a mí me había tocado Big Claire. Me tomé mucho trabajo en armárselo porque ella me caía muy bien. Siempre estaba sonriendo o borracha y trabajaba mucho. Conseguí una copa de cristal con unos elefantes tallados en Saver´s. Un pañuelo para usar en la cabeza, un librito sobre un animal que sonríe, unas pestañas postizas. Le armé un paquete con papel de diario y cintas. Había que ir dejando los regalos debajo del árbol medio disimuladamente durante el día. A la noche apareció Callum vestido de Papá Noel, con la panza al aire y muy borracho. Repartió los regalos de a uno y el que lo recibía tenía que adivinar de quién venía. A mí Ashley me regaló un dulce de leche con una tarjeta, yo no la adiviné, pensé que había sido Amber. Además del sorteo, yo le regalé unos aros a Bárbara y un barrilete a Oliver. Bárbara me regaló su viejo secador de pelo y Oliver nada. A los pocos días encontré el barrilete atrás del pizarrón de casa. Ciaran me dio una cajita de música, las habíamos visto juntos y yo le dije que me encantaban. Yo le compré una tasa y cuando se la dí, me arrepentí. No fue un buen regalo. A Lee le tocó Christopher y le compró unas orejas de juguete. A mí me encantaba ponerme esas orejas.

Yo también le había hecho un regalo a Theresa. Le había hecho una hoja para que pegara en su diario de viaje, llena de cosas que habíamos hecho juntas o recuerdos de Melbourne. Me caía bien, pero con Bárbara nos reíamos mucho de ella. Era alemana y joven, todo el tiempo nos hablaba de su novio. Tenía una manera de pestañear mientras hablaba que la hacía poco fiable. Hace siete meses que andaba viajando sola, ni bien llegó a la casa y a nuestra habitación, la tana y yo nos dimos cuenta de que tenía el ojo puesto en Marcus. Y él en ella. Lo encontrábamos todo el tiempo en nuestra habitación durmiendo la siesta o tocándole a Theresa temas de Fugees en la guitarra. Es que ella había dicho que le encantaba “Killing me softly”. Pero nos reíamos más todavía esas veces que, mientras él tocaba, ella se ponía a hacer abdominales o fuerzas de brazos en el piso cerca de él, con calzas y algún topcito. Nos tentábamos tanto que yo tenía que trepar a mi cama y hacerme la que me daba un ataque de tos.

Cuando termina de jugar a los malabares, Oliver se pone las sandalias, arma su mochila y nos vamos a buscar dónde desayunar. En Kumili todas las calles son de tierra. Damos unas vueltas y encontramos un bar armado encima de un árbol. Por suerte a Oliver también le dan ganas de ir ahí. Subimos por una escalera de madera al costado del árbol y cuando estoy en los últimos peldaños, la veo. La españols está sentada en una mesa, tomando algo en una tasa y leyendo un libro. Considero la posibilidad de que pasemos inadvertidos, pero ella alza la vista inmediatamente.

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