Yo
ni me doy vuelta a mirar a Oliver.
-¡Pero
qué coincidencia! Sentaos -. tiene un montón de sillas alrededor,
el lugar está prácticamente vacío. Sin mirar a Oliver, me siento
justo frente a ella, dejo mi mochila en la silla de al lado.
-¿Qué
vais a tomar?
Él
ni habla, somos ella y yo. Me cuenta que ella viene todos los años a
la India a comprar mercancía. Vestidos, pulseras, collares,
sandalias, incienso. Después hace temporada en distintos lugares,
casi siempre entre Ibiza y Cerdeña.
-¿Cerdeña?
- En las clases de Latín de la facultad estudiamos la historia de
Roma, las guerras Púnicas, esa vez que los romanos le sacaron la
ciudad a Cártago ¿Cómo sería si un día llevara a Oliver a Buenos
Aires? Lo que más le molesta de la española es que me responde en
español cuando yo le hablo en inglés. Y ya nos dijo que sabe
inglés. Pero Oliver no entiende que a mucha gente no le gusta hablar
en inglés, que algunos directamente no quieren y no tienen por qué
hacerlo. Yo la escuché a la española intentar con el inglés; el
esfuerzo, los silencios buscando la palabra necesaria, son
insoportables. No sé si en Buenos Aires todos se pondrían a hablar
inglés con él. Seguro lo intentarían, pero sería imposible
sostenerlo. Después de un par de vinos ya nadie se acordaría de que
Oliver no habla español. Quizás me pasaría a mí también, me
cansaría de él, de su lengua, de tener que andar traduciéndole
todo.
El
mozo me trae mi café negro y Oliver le pide una botella de agua
mineral y tostadas. La española me da charla un rato largo. Me
pregunta cosas, ¿qué hago?, ¿qué tipo de cosas escribo?, ¿y él?,
se parece a Thom Yorke. Al cabo de un rato me agota a mí también,
empiezo a intentar espaciar mis comentarios, mostrar menos interés.
Oliver propone irnos.
-Dale,
tenemos que comprar shampoo.
Bajar
la escalera es más difícil que subirla. El cielo está gris y el
ambiente muy húmedo, tengo el pelo como un afro. Oliver no, tiene el
pelo lacio y corto, siempre igual. Los días así, el pie me duele
más. No tengo ganas de caminar ni de estar en la India. Me agarra un
deseo inmenso de estar en casa, en mi casa, en Buenos Aires, de no
estar acá con Oliver. Caminamos en silencio, veo que a él le
molesta el hombro, de nuevo anda moviendo el brazo. Vamos sin rumbo,
ninguno de los dos tiene mucha idea de lo que vamos a hacer hoy. Unos
metros más adelante, nos cruzamos con una obra en la calle. Hay un
pozo rectangular con dos mujeres trabajando adentro, otras tres
mujeres les pasan un balde de cemento desde arriba. Trabajan en
polleras largas. Se enciende un taladro justo cuando Oliver intenta
decirme algo. No lo escucho.
-¿Eh?
-. Me llega una nube de polvo que se me pega a la piel con su propia
humedad.
-Yo
me voy para la habitación.
-A
mí me duele el pie.
Camino
a la habitación, paramos en un almacén. Necesitamos agua y algo
para comer. Oliver me dice que pensó mi propuesta de hacer un pozo
común y le parece bien. Que podríamos empezar poniendo cien cada
uno.
-¿Y
quién lo maneja?
-Vos,
si querés -. Entonces le doy 100 dolares y el los guarda en su
billetera.
-Ponelos
separados -, le digo. No me parece que los haya puesto separados y me
pongo nerviosa.
Volvemos
a la habitación callados. Cuando estamos a unos metros de la puerta,
empiezan a caer las primeras gotitas. Oliver corre y yo intento
seguirlo pero me doblo el pie lastimado en una piedra. Quiero llorar.
-¿Vemos
Borne? -. La estamos viendo de a partes, yo siempre me quedo dormida.
-Quiero
bañarme primero. Un segundo -. Me baño rápido y salgo,
directamente me pongo el piyama. Oliver está sentado en la cama con
la compu apoyada sobre sus rodillas.
-Vení
-, me dice. Me siento al lado de él y lo abrazo. Está viendo fotos
de paisajes, en unas aparece uyn bichito amarillo.
-Eso
es un kiwii, ¿ves? - Y pasamos por mil fotos del animal más de
cerca, de costado, en contexto. Hasta que aparece una en la que está
Oliver con Kat; en vez de pasarla como con todas las demás, la
deja.
-Esta
es mi ex novia -, dice y me señala a la pantalla. Odio a Oliver.
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