17 de julio de 2015

Yo ni me doy vuelta a mirar a Oliver.
-¡Pero qué coincidencia! Sentaos -. tiene un montón de sillas alrededor, el lugar está prácticamente vacío. Sin mirar a Oliver, me siento justo frente a ella, dejo mi mochila en la silla de al lado.
-¿Qué vais a tomar?
Él ni habla, somos ella y yo. Me cuenta que ella viene todos los años a la India a comprar mercancía. Vestidos, pulseras, collares, sandalias, incienso. Después hace temporada en distintos lugares, casi siempre entre Ibiza y Cerdeña.
-¿Cerdeña? - En las clases de Latín de la facultad estudiamos la historia de Roma, las guerras Púnicas, esa vez que los romanos le sacaron la ciudad a Cártago ¿Cómo sería si un día llevara a Oliver a Buenos Aires? Lo que más le molesta de la española es que me responde en español cuando yo le hablo en inglés. Y ya nos dijo que sabe inglés. Pero Oliver no entiende que a mucha gente no le gusta hablar en inglés, que algunos directamente no quieren y no tienen por qué hacerlo. Yo la escuché a la española intentar con el inglés; el esfuerzo, los silencios buscando la palabra necesaria, son insoportables. No sé si en Buenos Aires todos se pondrían a hablar inglés con él. Seguro lo intentarían, pero sería imposible sostenerlo. Después de un par de vinos ya nadie se acordaría de que Oliver no habla español. Quizás me pasaría a mí también, me cansaría de él, de su lengua, de tener que andar traduciéndole todo.
El mozo me trae mi café negro y Oliver le pide una botella de agua mineral y tostadas. La española me da charla un rato largo. Me pregunta cosas, ¿qué hago?, ¿qué tipo de cosas escribo?, ¿y él?, se parece a Thom Yorke. Al cabo de un rato me agota a mí también, empiezo a intentar espaciar mis comentarios, mostrar menos interés. Oliver propone irnos.
-Dale, tenemos que comprar shampoo.

Bajar la escalera es más difícil que subirla. El cielo está gris y el ambiente muy húmedo, tengo el pelo como un afro. Oliver no, tiene el pelo lacio y corto, siempre igual. Los días así, el pie me duele más. No tengo ganas de caminar ni de estar en la India. Me agarra un deseo inmenso de estar en casa, en mi casa, en Buenos Aires, de no estar acá con Oliver. Caminamos en silencio, veo que a él le molesta el hombro, de nuevo anda moviendo el brazo. Vamos sin rumbo, ninguno de los dos tiene mucha idea de lo que vamos a hacer hoy. Unos metros más adelante, nos cruzamos con una obra en la calle. Hay un pozo rectangular con dos mujeres trabajando adentro, otras tres mujeres les pasan un balde de cemento desde arriba. Trabajan en polleras largas. Se enciende un taladro justo cuando Oliver intenta decirme algo. No lo escucho.
-¿Eh? -. Me llega una nube de polvo que se me pega a la piel con su propia humedad.
-Yo me voy para la habitación.
-A mí me duele el pie.

Camino a la habitación, paramos en un almacén. Necesitamos agua y algo para comer. Oliver me dice que pensó mi propuesta de hacer un pozo común y le parece bien. Que podríamos empezar poniendo cien cada uno.
-¿Y quién lo maneja?
-Vos, si querés -. Entonces le doy 100 dolares y el los guarda en su billetera.
-Ponelos separados -, le digo. No me parece que los haya puesto separados y me pongo nerviosa.
Volvemos a la habitación callados. Cuando estamos a unos metros de la puerta, empiezan a caer las primeras gotitas. Oliver corre y yo intento seguirlo pero me doblo el pie lastimado en una piedra. Quiero llorar.

-¿Vemos Borne? -. La estamos viendo de a partes, yo siempre me quedo dormida.
-Quiero bañarme primero. Un segundo -. Me baño rápido y salgo, directamente me pongo el piyama. Oliver está sentado en la cama con la compu apoyada sobre sus rodillas.
-Vení -, me dice. Me siento al lado de él y lo abrazo. Está viendo fotos de paisajes, en unas aparece uyn bichito amarillo.
-Eso es un kiwii, ¿ves? - Y pasamos por mil fotos del animal más de cerca, de costado, en contexto. Hasta que aparece una en la que está Oliver con Kat; en vez de pasarla como con todas las demás, la deja.

-Esta es mi ex novia -, dice y me señala a la pantalla. Odio a Oliver. 

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