10 de agosto de 2015

Nos despertamos a las siete de la mañana porque el tren sale a las once. Recorremos la terminal de punta a punta para asegurarnos de que vamos a tomar el tren correcto. Nos sentamos en un banco a esperar. Ponemos las mochils en el piso, atadas al pie de Oliver. Yo me acuesto y apoyo la cabeza sobre sus piernas. Cada uno lee su libro por un rato. El sol en la cara me molesta para leer y el banco no es cómodo tampoco. Los mosquitos y las moscas nos rodean incansablemente.

-¿Jugamos un ajedrez? - Asiento y él saca nuestro juego del bolsillo de adelante de su mochila. Mientras lo vamos preparando, yo acomodando las blancas y él las negras, yo copiando el lugar de todas sus fichitas, él me cuenta.

-Hay muchas jugadas armadas en ajedrez, hay una que se llama Defensa India de Rey. La leí el otro día en las instrucciones que trae el juego. Mirá,- saca el papel doblado de adentro de la funda del juego. La letra es chica, así que tiene que acercárselo a la cara.

-La Defensa india de rey es una de las defensas principales contra 1.d4, junto con el Gambito de dama. Durante la mayor parte del siglo XX ha sido la defensa principal de todos los grandes jugadores, y la más popular. A comienzos del siglo XXI cayó en desuso al más alto nivel, hasta que fue recuperada en los años 2006 y 2007 gracias a las victorias del Gran Maestro azerí Teimur Radjabov. Este joven jugador logró incluso imponerse al polaco Krasenkow, que disfrutaba de una puntuación del 83 por ciento en sus enfrentamientos con blancas frente a esta defensa siguiendo la línea principal con 5.h3.

-Suena muy interesante, pero no entiendo nada leído así nomás.

-Bla, bla, bla...El sistema Saemisch es, seguramente, lo más fuerte contra la Defensa india de rey. Proporciona partidas vivas con ataques en flancos opuestos, el negro en el flanco de rey y el blanco en el centro y el flanco de dama.

Me aburre esto de las estrategias, como si va vida fuera todo planear ataques y defensas. Lo ignoro, no me hace caso y sigue leyendo, a mí ya me cansó el ajedrez antes de empezar a jugar. Vuelvo a agarrar mi libro y me lo pongo bien en frente de la casa así no tengo que ver qué pasa a mi alrededor.

El tren llega con media hora de retraso. Nos paramos los dos de golpe y el calor nos juega una mala pasada, nos agarramos de los hombros del otro para mantenernos en pie a pesar del mareo. La gente se empieza a acumular alrededor del tren y yo miro fijo a nuestras cosas, si alguien se las llevara, ¿qué haríamos?

En el vagón las camas cuelgan del techo con cadenas gruesas y se suceden una al lado de la otra, una encima de la otra, hasta el infinito. Los colchones de plástico son azules. El piso está sucio con arroz, algunos restos de verduras verdes. Buscamos nuestro número: tenemos las dos camas de arriba, a los dos nos parece mejor. Oliver sube su mochila con facilidad y se trepa a la cama. Busca en el bolsillo más grande, revuelve con la mano y saca su par de medias rojo. Desde que llegamos que cuando le agarra frío no tiene problema en ponerse las sandalias con medias abajo, como un alemán o como un papá. Se baja de la cama.

-Voy a comprar provisiones, ¿te quedás cuidando las cosas? ¿querés algo?

No quiero nada, todo bien. Quiero quedarme quieta para entender todo este movimiento, Oliver, este viaje y los nervios que me da estar yendo a conocer a su papá. Más que nada la pregunta es si confio en Oliver, si confio en sus planes, en que ve las cosas como las veo yo o al menos entiende cómo las veo ¿O asimilará mi lógica a la suya? Yo todavía no lo entiendo, no descubro lo que hay detrás de lo que hace. Empiezo a sentir que hace ya un tiempo que lo conozco. Me acuerdo de aquellos días en la casa, con la tana siempre nos los decíamos: esto es algo especial, es un momento importante. Las dos sentíamos la excepcionalidad de los días, en aquella isla lejos de todo, en esa casa con patio, con ladrillos a la vista, con una cocina repleta a las ocho de la noche. Callum cocinaba para los ingleses, Oliver, Barbara y yo casi siempre hacíamos algo juntos, después,en general, Ashley y Tom cenaban por su cuenta. Los demás trabajaban a esa hora, nos los veíamos hasta las once, cuando finalente nos encontrábamos todos tomando una cerveza en el living de la casa, bailando y charlando, contándonos sobre nuestros días, riéndonos, total el trabajo era lo de menos, ese momento, esa inmensa libertad, esa extrañeza era todo.

El tren arranca y Oliver está acostado en su cama leyendo El nombre del viento. Avanzamos lento y a medida que sube la velocidad, se empieza a escuchar el ruido de las cadenas crujiendo al moverse de aquí para allá. A los costados de la via hay basura constante. Oliver abre el paquete de papel de diario y saca una de las pelotas fritas. Se llaman Samosas. Yo use la toalla azul para hacerme una almohada y tengo la mochila atada al pie. Llegan dos tipos y se ponen en las camas abajo nuestro. No puedo distinguir bien qué edad tienen, ni siquiera si son jóvenes o viejos. Uno abre una lata de comida y el olor caliente me llega a la nariz, tengo ganas de vomitar. Oliver ya está dormido.

No puedo creer que se haya acostado en la otra cama y no conmigo. Doy vueltas un rato y ya sé que no me voy a dormir hasta que no haya ido al baño. Acumulo valor, me pongo las sandalias y salto. En la cama de abajo duerme el de bigotes, ocupa mucho más de la cama que yo. No quiero tocar mucho nada. El baño queda en el próximo vagón, tengo que pasar la puerta y saltar de un vagón a otro; por la puerta entra la luz de afuera con intermitencia, como en una película de terror. El tren está completamente a oscuras. Empujo la puerta con el pie y se abre. Paso, trabo bien, es un agujero en el piso; abro mucho las piernas y me agacho para hacer equilibrio. En la puerta, del lado de adentro, hay un cartel con un dibujo de una chica. Prohibido tocar, acosar, hablar con mujeres en el tren.

Vuelvo a mi lugar a rogar que pasen las horas. Oliver está acostado boca arriba como una momia. No sé si duerme o no, pero tiene los ojos cerrados y respira con lentitud. Las cadenas siguen chillando en el silencio de la noche. Mientras subo a mi cama, veo al que duerme en la cama de abajo en frente, es más chico que si amigo y tiene el pelo bien corto sin bigote. Tiene los ojos abiertos, asi que rápido desvio mi mirada y me acuesto para el otro lado. Paso un rato pensando en cómo será el lugar adónde vamos y cómo será el resto de la India. Un país tan grande es dificil de imaginar, este es el lugar que maravilla a tanta gente y a mí todavía no logra enamorarme.

Cuando empiezan a colarse los primeros rayos de sol por la ventana, se despiertan tres nenes del vagón. Corren por el pasillo gritando, golpeando los caños con unas cucharas, al menos creo. Mi primera mañana en la carcel, Oliver ya está despierto leyendo su libro de fantasía, haciendo movimientos con el hombro. El tren empieza a bajar la velocidad, la luz recorre el vagón más despacio. De un momento a otro, los vendedores inundan el pasillo: samosas, arroz, té, café; basta pegar un grito y se te sirve al lado de tu cama. Oliver compra un par de somosas, entonces se da cuenta de que estoy despierta.

-¿Cómo va tu libro?, le pregunto.

-¡Chandrian asesinó a la troupe!

No hay comentarios: