13 de agosto de 2015

Bajamos de la cama y nos sentamos en una que está vacía, perpendicular a las nuestras. Oliver abre el paquete de papel de diario y me ofrece. Desayunamos en silencio, mirando por la ventana. Ahora estamos atravesando un desierto de pasto. Él va a buscar nuestros libros y nos quedamos acá juntos leyendo cada uno lo suyo. El tren frena cada tanto y baja y sube gente. De nuevo los vendedores copan el pasillo, el olor a comida, alguna que otra gallina que sube, husmea, y se va. Aparece un grupo de adolescentes que viene del otro vagón, gritando y pasándose una botella de vidrio que esconden adentro de una bolsa. Vienen directamente hacia Oliver, le hablan, le hacen preguntas, lo tocan mucho. Todos están muy contentos con él, uno le pide se si puede sacar una foto conmigo. Oli me mira
-¿Por qué no? - No creí que fuera a responder, pero respondió. El chico me abraza por el cuello, tiene olor él también, podría ser buen amigo de Oliver, competir a ver a quién le importa menos incomodar a los demás. Uno con granos en la pera nos saca la foto. A Oliver le pasaron la botella, él toma y otro se la vuelve a sacar, se la siguen pasando entre ellos.
-Vamos, vamos, -lo abrazan, se lo quieren llevar con ellos. Me mirá, yo le levanto los hombros, me río. Le muestro mi libro y me pongo a leer con el libro bien cerca de los ojos. Ellos avanzan hacia el final del vagón y desaparecen, escucho la risa de Oliver y después nada más, cierro los ojos y me acuesto, el arrullo de las ruedas del tren y los rayos del sol me calientan los pies y la cara. Esta cama está mucho más estropeada que la mía, abro un poco los ojos y muy cerca de mi cara veo que el cuero se empieza a romper y una gomaespuma color ocre empieza a escaparse del confinamiento. Me paso a mi cama y me ato las cosas al pie. La última vez que dormí en un tren fue en el transiberiano, hace un año y medio. Iba de camino a Australia desde Berlín y quería hacer la mayor parte del recorrido por tierra. En aquel tren, cerraban los baños una hora antes y una hora después de parar en cada estación. Las gerontas portoriqueñas que viajaban en mi vagón vivían quejándose.
-Me orinooo, ábreme el lavabo. - Al menos en este viaje, nadie pelea por ir al baño. La gente hace sus cosas donde quiere.
Los de abajo no están, Oliver todavía no volvió. Abro su mochila y busco el porro, tenemos todavía un poco. Me armó un cigarrillo finito y bajo de la cama a la ventana. La abro un poco. El sol me vuelve a calentar la cara en un segundo. La punta de mi nariz es la que siempre más siente el frío y el calor. Enciendo el porro con cuidado de que el humo no entre nunca en el vagón, saco la cara afuera apenitas y fumo durante un rato. Nadie vuelve a su lugar, sigo sola con los vecinos de algunas camas más lejos. Me siento en la cama de abajo para dar las últimas secas. El sol y el traqueteo del tren de nuevo me llevan más allá, me acuesto y me duermo con una sornisa en la cara, los labios hinchados de calor. Me despierta Oliver abrazándome, me quiere cambiar de lugar sin despertarme. Lo rodeo con mis brazos y lo ayudo, entreabriendo los ojos todo lo que veo está teñido de naranja. Me sube a mi cama pero yo no le suelto el cuello, lo tiro un poco para que venga, que suba, le doy besos en la cara.
-Me da cosa, - me dice.
-No me importa, vení. - Y se sube conmigo, me abraza y me voy quedando dormida en su pecho mientras lee sus cosas de fantasía.

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