2 de septiembre de 2015


Nuestra hostería es linda, queda un poco alejada de la playa, pero cada habitación tiene su balconcito con una mesa y sillas. Nos sentamos esta mañana ahí y desayunamos tranquilos. Después yo me pongo a leer mi libro y Oliver agarra las pelotas azules, hace rato que no juega con eso. Ponemos música de su mini ipod, esa música que le gusta a él.
-Jack Johnson tiene canciones muy buenas -, me dijo una vez, -expresan valores que comparto.
¿Qué tienen que ver los valores y el arte? Yo qué sé, me imagino que era el disco aprobado por Kat. A las dos de la tarde arreglamos para encontrarnos con los amigos en un bar de la playa, aunque no tenemos idea de cómo vamos a llegar. Antes de que podamos preguntar en la recepción, veo que se alquilan bicis.
-Queda una sola. -Me dice la señora de delantal rosa.
-¿Podremos andar los dos? - Y Oliver obviamente se entusiasma, si es para él el desafío y encima en bicicleta. Como no tiene asiento atrás, me tengo que sentar en el caño. Oliver no tiene problema para pedalear. Nuestro paso, toda la gente que ayer nos vio llegar nos saluda. Parece hacerles gracia que vayamos los dos en una bici. Si me hubieran visto a los quince, sentada sobra el manubrio de la playera de Nicolás con mi uniforme de la escuela, una kilt de lana, las medias hasta las rodillas y la camisa blanca, el corbatín que lo golpeaba a veces en la cara, cuando íbamos muy rápido. Volábamos por la avenida de su casa a la puerta del colegio, donde me dejaba para que mis papás no se dieran cuenta de que había faltado. Nos pasábamos la tarde tomando la merienda, comiendo mil tostadas y después revolcándonos en la cama de una plaza, entre sus posters de Boca y la tele que colgaba de la pared. Llegamos a la playa; Francis y Arun están sentados en una mesa redonda con sombrilla, hay dos sillas vacías. Los saludamos con un apretón de manos a cada uno, hace meses que me acostumbré a hacerlo así. Los dos tienen anteojos de sol, nosotros no.
-¿Cómo está tu pie? Te vi rengueando, - me dice Francis. Creo que ese es Francis.
-Siempre odié caminar en la arena, no es nada. -Abro el menú: Pizza de muzzarela. Voy a caer siempre en las mismas, siempre. No me importa. Me pido una limonada sin azúcar y una pizza, lo más grande posible. Los chicos nos preguntan de dónde venimos, Oliver les cuenta un poco de Australia y de nuestros planes de viaje, que venimos de Kochi. Resulta que ellos son de ahí, entonces ocupamos largo rato de la comida hablando sobre las cosas que vimos, la comida, los comunistas, cómo manejan. Arun es kinesiólogo y Francis productor de música. La estamos pasando bien hasta que empieza a hacer demasiado calor. El mozo ya nos cobró la cuenta y Arun propone tomar un tequila que tiene en la mochila, ¿por qué no vamos a su habitación? Yo propongo que vayamos a la nuestra, que tiene balcón y podemos jugar a las cartas afuera. Más que nada me interesa tomar en mi habitación porque ahí tenemos el porro. Volvemos los cuatro caminando por el medio del camino de arena bajo el rayo del sol. A los costados crece un pasto amarillento, como una maleza alta. Tanto caminar hizo que me empezara a doler el pie, camino un poco renga, voy de la mano con Oliver. No me gusta tanto porque nuestros dedos no encajan bien y pasado un rato le empiezan a transpirar las palmas. Llegamos a casa y me parece que el balcón es mucho más chico de lo que lo recordaba cuando estábamos viniendo. Quizás se me mezcló con el de la habitación de la pensión anterior, donde conocimos a Bar. Nos sentamos los cuatro alrededor de la mesa redonda, yo busco las dos tazas y los dos vasos que teníamos en el baño y destapamos el tequila. Le pido a Oliver que me arme un cigarrillo, fumar me ayuda a tomar bebidas fuertes, me saca un poco las ganas de vomitar. Reparto las cartas, vamos a jugar un Whist. Nosotros lo aprendimos en Melbourne, Thomas era fanático de los juegos y dirigía en la casa lo que llamábamos el “French Casino”. Empezamos a jugar y el tiempo pasa rápido, entre ronda y ronda tomamos tequila.cuando estoy lo suficientemente borracha como para que no me interese lo que piensen Frank y Arin, enciendo mi ansiado porro. Qué feliz que soy en este calor, con el ruido de las chicharras, la luz amarilla que viene de adentro y Oliver ahí sentado, quiero echar a todos y quedarme sola con él para siempre. El de bigotes se para y va al baño. Me acuerdo de que dejé mi bombacha colgando de la canilla, y pienso que si ya me vio tomando y fumando, para él da igual. Abre la puerta del baño pero tarda en salir. Lo veo venir con algo en las manos, es el Tiger Balm que le compró Oliver al nene del tren.
-Esto te va a servir para el pie. Creeme. - Lo deja apoyado sobre la mesa. Le agradezco y sigo fumando mi cigarrillo mientras Oliver reparte las cartas. No me gusta cuando alguien detiene el juego, me aburro y pierdo la concentración; después me es difícil retomar. De todas maneras, seguimos por dos rondas más. Oliver es el ganador, por supuesto. Yo salgo anteúltima.
-¿Querés que te ponga esto en el pie? Quiero ver bien qué tenés. - Me dice Arun. La verdad es que no tengo nada de ganas y me duele bastante.
-Dale. Oliver y Francis están afuera, juegan al Spades. Yo estoy sentada sobre la cama, casi al borde, Arun está en frente mío, sentado sobre una silla. Tengo el pie apoyado al final del colchón y él me hace un masaje chiquito en la planta. Charlamos al principio un poco, pero al final me quedo callada, quiero de alguna manera participar en lo que habla Oliver con el otro. Arun me agarra el pie y lo apoya sobre su rodilla, con las dos manos me masajea los talones también y los dedos. Cuando empieza a subir las manos por mi pantorrilla no sé si estoy incómoda o muy borracha. Me río y le digo que tengo cosquillas, no sé ni qué digo. Pienso fuerte como para que me escuchen los de afuera: alguno de los dos venga, sáqueme de esta situación. Escucho la risa de Oliver. -¡Se están terminando el tequila! - Salto de la cama, liberando mi pierna. No lo miro a la cara pero mantengo la expresión de borracha y sorprendida. Ya no me siento ninguna de las dos. Al poco rato se van y le cuento a Oliver lo que pasó, él terminó dándose cuenta también.me dice que yo a su vez algo hice para hacerle sentir que podía hacerlo. Me explico que tengo cierta disposición a que me pasen esas cosas o que los hombres pienses que les estoy coqueteando. -A mí también me pasa, - me dice. No puedo pensar en una persona menos cortejante que él. 
-¿Para vos tu papá y Sue cogen? - Me mira con cara de obvio que no. Tienen sesenta años. 
-¡A los sesenta no coger! Yo me separaría.

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