27 de noviembre de 2015

19

Gari llega en una camioneta de caja abierta. Nosotros estamos desayunando en la mesa frente a las habitaciones. Tenemos sandía y cafés que hizo Sue con la cafetera de la habitación. También las botellas de agua que compramos ayer y yogurt. Es una mañana difícil para mí. Siento mareo por falta de sueño y mucho calor. El canto de los pájaros de las palmeras me agudiza el dolor de cabeza.
-¿Sabían que los cocos son uno de los peligros más grandes de la India? Cuando Obama visitó Mumbai en 2010, sacaron todos los cocos de las palmeras. Caen con tanta fuerza que pueden llegar a aplastar a un ser humano -. Los cuatro miramos para arriba hacia la palmera que nos cubre, y de la que cuelgan lo que ahora parecen demasiados de cocos.
-Soy Gari -. Nos da la mano a todos. - Terminen de desayunar tranquilos.
Toca a la puerta de la casa principal y entra. Sue y yo empezamos a levantar las cosas y a llevarlas para adentro, Oliver se arma un cigarrillo, busca un trapo y limpia la mesa. Cuando Gari vuelve a salir, yo estoy lavándome los dientes.
Escucho todo; reparte unas hojas y biromes, él va a explicar algunas cosas importantes una vez, después las va a explicar otra vez, a continuación vamos a poder hacer preguntas y después nos va a hacer un resumen rápido de todo. Recién ahí nos vamos a sentar a responder al cuestionario. Para obtener nuestro certificado de Padi, tenemos que pasar esta prueba teórica, una prueba práctica y nuestra primera inmersión. Si todos estamos de acuerdo, hoy hacemos lo teórico, después vamos a la oficina a pagar el curso y a entregar las fotos para nuestras libretas de buzo, mañana lo práctico y el domingo nuestra primera salida al mar. La respuesta fue un casi unánime y entusiasta sí. El domingo es mi cumpleaños.
-Bueno, entonces sigamos ¿sí? El equipo necesario para el buceo se divide en equipo ligero (aletas, visor, y tubo respirador) y equipo autónomo (botella, chaleco hidrostático, regulador con profundímetro y manómetro, y lastre) - se pone la máscara sobre los ojos y la nariz, después se la saca y la acomoda sobre su frente, parece que tiene dos caras. Me cuesta seguir lo que dice, sobre todo porque no me interesa. - El equipo se abrocha aquí y aquí.-
Sale de la casa una nena con uniforme de escuela y dos trenzas atadas con moño. La mochila le ocupa toda la espalda. Camina hasta a la calle y desaparece, ¿dónde quedará la escuela?
-Existen diversas técnicas de compensación para usar cuando sentimos que se nos tapan los oídos: uno, tapándonos la nariz y soplando con la boca cerrada. Lo que se hace es dirigir el aire de la garganta a los espacios aéreos de los oídos y de los senos.- ¿Dijo los senos? Gari tiene mi edad, la piel un poco oscura; no es de la India, nos contó que es de Nepal, tiene los ojos achinados como la gente del Himalayas.
-Esta técnica recibe el nombre de Maniobra de Valsalva. Otra opción es tragar y mover la mandíbula de un lado a otro. Y finalmente, una técnica combinada de los dos: tragar y mover la mandíbula mientras soplas suavemente contra la nariz tapada-. Mueve la mandíbula exageradamente, la cara se le deforma mientras la de plástico permanece impasible sobre su frente mirando al cielo. Nos tira números y cálculos que deberíamos hacer abajo del agua, yo más o menos los memorizo; cuento con que al momento del examen, las respuestas me van a salir por lógica o aproximación.
Cuarenta minutos más tarde, Gari termina su discurso y reparte los exámenes. Nos da a cada uno un lápiz de los que tienen goma en la punta. Sobre la misma mesa en la que hace rato comíamos el desayuno, empezamos a responder. Son 15 preguntas con opciones, las primeras cinco me salen, tengo que dejar la sexta y sigo. Sue interrumpe.
-Gari, tengo un problema con la pregunta seis.
Él lee: -Cuando se bucea en apnea, el aire contenido en los pulmones disminuye su volumen durante el descenso, disminuyendo por lo tanto el pulmón, y lo aumenta durante el ascenso, alcanzando el pulmón el volumen original al llegar a la superficie.- Hay que responder si es verdadero o falso, sigue:- ¿te acordás lo que dijimos? Cuando uno baja, los pulmones, - y hace el gesto con las manos, como si fueran un pulmón achicándose.
-¡Ahh! ¡Cierto! - Sue se hace la que de repente se acuerda, y todos a la vez respondemos a la seis. A partir de la ocho, las preguntas incluyen números. Gari saca una calculadora y propone que hagamos las cuentas una sola vez todos juntos.
Cuando terminamos, junta las pruebas y se vuelve a meter en la casa de los dueños. Oliver se arma un cigarrillo, le pido que me arme uno a mí también. Sue va a preparar algunos cafés más, y Peter me pide de nuevo si a la noche le puedo cortar el pelo. Me dice que le parece que a Oliver le quedó muy bien, que hice un buen trabajo; es la tercera vez que me lo repite en cuestión de días. Me gustaría liberarme de esta carga, no tener que cortarle el pelo o verle más la cara a Peter, ni a Oliver ni a nadie.
Volvemos a la oficina de Gari. La calle de arena, el kiosco almacén, las tiendas de ropa, el ruido del mar, todo se empieza a volver familiar. El camino hacia los lugares importantes es lo primero que se vuelve cotidiano en un viaje. El primero que aprendí en Melbourne fue el camino por Johnston Street. Para un lado se llegaba a Smith, el tranvía, los bares y el parque. Por el otro lado, bajando hacia el este de Collingwood, se llegaba al río. En el camino estaba la verdulería de nuestro amigo griego, un viejito que se sentaba en su local oscuro pero abierto a escuchar música toda la tarde. También vendía  las flores eran asiáticas, como yo no había visto antes. El Yarra es un río largo que atraviesa casi toda la ciudad. En esta parte, es ancho y a los costados tiene parques de árboles, pájaros y serpientes. Los carteles imploran a la gente caminar pisando fuerte para espantarlas. Nosotros íbamos siempre porque en esos parques está el convento de Abbotsford, un edificio antiguo de pasillos y galerías, que servía como convento donde vivían las mujeres que no se amoldaban a las expectativas de sus familias. A veces íbamos a Lentil´s a desayunar y nos quedábamos ahí tirados todo el día, esperando que pusieran el almuerzo y después la cena, los dos habíamos trabajado en la cocina como voluntarios cuando recién llegamos a Australia. El camino de Johnston Street va a ser el recuerdo más nítido que conserve de Melbourne cuando me empiece a olvidar de todo lo demás. Y el de Bogmalo va a ser el de este camino que lleva hacia todos los lados que hay para ir. Mientras pasamos por los negocios, la gente nos saluda, ya nos reconocen. A la oficina entramos solo Peter, Gari y yo. Peter va a pagar por él y por Sue, y por el regalo de navidad de Oliver. Yo tengo que pagar por mí.
-Mañana a las nueve los veo y vamos a hacer la práctica, el domingo a las cinco de la mañana tenemos que salir para la primera inmersión.

En este calor me empieza a parecer brillante su organización. A la vuelta entramos en varios negocios a ver las chucherías, que son diferentes a las que venimos viendo. El señor del negocio nos muestra cómo se toca un gong; estamos parados alrededor suyo, hipnotizados con el movimiento de sus manos y el sonido molesto, fuerte y constante que sale del cuenco mientras frota con un palo alrededor de su circunferencia. A Oliver y a Peter les encanta; yo me aburro y me salgo del círculo a ver otras cosas, un par de aros o un collar. Sue tampoco presta atención, está con las dos manos y los ojos sobre su teléfono.
Volvemos por el camino de siempre, Oliver y Peter van adelante, charlando. Yo camino a la par con Sue. Le pregunto cómo se llaman sus hijos y qué hacen. Mason empezó la universidad este año y Niel está todavía en el secundario.
Ellos van tan felices juntos que puedo jurar que Oliver ni se acuerda de por qué estamos acá. Yo estoy lista para armar las valijas y seguir viaje; mañana la prueba, el domingo buceamos. El lunes ya podríamos irnos a Hampi.

Nos sentamos en la mesa, Peter propone que fumemos un porro y vayamos a la playa. Se mete en la habitación y vuelve con una bolsa oscura, se la da a Oliver para que arme. Tiene puesto un gorro que le protege la pelada del sol, recién me doy cuenta de que es narigón.
-Así que, veía en la tele que el nuevo Papa es argentino, -me dice mientras se sienta de nuevo.
-Ah ¿sí? No sabía, - le respondo sin ganas. Otro tema del que no quiero hablar. Me pregunta que cómo lo va a tomar la gente en Argentina y le digo que la noticia no va a ser bien recibida. A mí no me interesa el Papa y preferiría que no existiera.
-¿Quién hubiera dicho que iba a estar acá, en Goa, de vacaciones con Sue, con Oliver y una argentina atea?- 

Ya estamos casi en el mar. Oliver abre la sombrilla que nos prestaron en la casa, me pide que haga un pozo y juntos intentamos que quede en una posición estable. Hace mucho calor y la actividad me agota, quiero que corramos al agua pero él abre la mochila y saca su libro. Sue se fue a meter, así que la sigo a ella. No hay muchas olas, el mar está caliente; la playa es tranquila, hay poca gente y un morro verde corta el paisaje antes de que la costa llegue a ser muy larga. Por primera vez me puedo detener a observar la forma del lugar, cómo se distribuye el pueblo. A la izquierda está el Majestic, sus ventanas de vidrio con cortinas que vuelan para afuera, como queriendo escaparse. Entonces ella me cuenta que va a nadar siempre, como cuatro kilómetros cada mañana, allá es normal. Yo recuerdo a mi mamá en la pileta al fondo de casa, siempre le tuvo miedo al agua; se metía en lo bajito con el pelo atado en un rodete y nunca sumergía la cabeza. Llegamos bastante lejos donde el mar se pone hondo, y el agua está limpia. Flotamos en un piletón, Sue me habla de sus hijos y, no sé cómo, deriva en su historia con Peter. Ahora sí captura mi atención.
A mí la playa no me dura mucho. Llego, me baño en el mar, me seco al sol y después ya nada, quiero volver a casa, lavarme el agua salada, el pelo duro, ponerme mi ropa seca y suelta, moverme bajo la sombra de mi techo. Me acerco a la sombrilla, la bikini todavía me gotea pero igual me siento sobre la toalla. Oliver no está.
-Se fue a nadar, -Peter me habla en voz muy baja - cuando era chico no le gustaba nadar porque en Brighton el agua es helada. En San Sebastián se metió al mar por primera vez. De un segundo a otro, empezó a nadar como si lo hubiera hecho siempre -. 
Miro hacia el horizonte, miro lo más lejos que puedo, no lo veo.
-En el restaurante del hotel en el que estábamos servían todas las noches bonito fresco, y a él le encantaba. Ahí fue que Leo lo apodó Bonito del norte, por el pescado y por cómo nadaba, como un campeón olímpico.
Sue sigue por ahí en algún lado también. Peter termina su cigarrillo y busca entre sus piernas el libro que está leyendo, abre en la página marcada. Yo me pongo las sandalias y digo que me quema mucho el sol. No tengo respuesta.
Doy mis primeros pasos sola sobre la arena caliente y siento cómo crece mi libertad a medida que me alejo de ellos, los dejo de escuchar cuando subo la escalera. Al otro lado, me saluda la señora del puesto de ropa, le falta un diente de adelante. Cruzo la calle y el patio de nuestra pensión rápido, solo quiero llegar. Cuando cierro la puerta detrás de mí, finalmente estoy en la felicidad plena de la soledad. Respiro hondo y pateo las sandalias contra la pared, me desabrocho el corpiño de la malla.
Estoy abajo de la ducha un tiempo largo, dejando que el agua me baje por la cabeza, se me meta en la boca y salga, me baje por el pecho, la panza, el ombligo. Tengo hambre y me doy cuenta de que estoy sola, de que puedo ir a comer donde quiera. Ahora cambia todo, me enjabono rápido y me apuro en cambiarme, tengo ganas de salir.
El camino de día es un poco más alegre. A mi paso, todos los amigos que ayer nos saludaban parecen preocupados.
-¿Y su marido?
-¡Buen día! ¿Su marido dónde está?
-En la playa, con Sue y Peter,- le tengo que explicar uno a uno.- Sí, para mí el sol está muy fuerte.
A todos parece aliviarles la respuesta. Miran hacia el mar, hacia la playa, en busca de Oliver. No sé qué ven, pero asienten y la mirada les pierde ese tono de pregunta y preocupación.

Atravieso las puertas del Majestic y estoy en otro mundo, un mundo donde Oliver no existe y no tiene posibilidades de aparecer. La recepción es un gran mostrador de mármol blanco, brilla reluciente, seguro que lo limpian cada mañana, tarde y noche. Elijo a un chico entre los que están detrás y me acerco.
-¿Tienen internet? - El chico tiene una mancha roja entre las cejas y los labios gruesos, me indica que atraviese un pasillo al costado de la recepción.

Entro en una oficina con alfombra, otra puerta de vidrio y una habitación con una computadora y una silla giratoria. Estoy sola. Me siento, abro el Explorer. Bonito del Norte. Enter. El atún blanco o bonito del norte (Thunnus alalunga), es una especie de atún que se encuentra en todas las aguas tropicales y en los océanos templados, y en el Mar Mediterráneo. Se le denomina bonito del norte al que se pesca en el mar Cantábrico, aunque no tiene nada que ver con la especie de los bonitos y suele llevar a confusión y creer que el bonito es igual que el atún. Véase distintos usos de la palabra bonito. 

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