22 de marzo de 2016

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Como sospechaba, Oliver está en la terraza con los auriculares puestos. Siento alivio de que va a estar contento y ocupado por un rato.
Mi short de pijama es lo único limpio que tengo para ponerme, en el bolsillo chico de mi mochila ya se acumuló una bolsa entera de ropa sucia. Uso la tapita de mi botella como tapón y lleno la bacha de agua fría. Casi no entra toda la ropa, el agua empieza a rebalsar por sobre la porcelana como una catarata en miniatura. Frego cada prenda con jabón blanco hasta que el agua estancada se vuelve casi negra.
Enjuago todo y vuelvo a empezar. Esta vez dejo la ropa enjabonada en remojo por un rato.
Por primera vez en el viaje, se me ocurre que puedo escribir. Arrimo las cortinas, encuentro el rincón de la cama donde me queda más cómodo cruzarme de piernas y donde puedo acomodar las cosas. Tengo notas de textos que me quedaron por escribir; sobre todo pienso en las historias que me contó Mila cuando fui a Serbia, mis impresiones de Belgrado y de los Mesterovic, el recorrido del transiberiano, la ruta de la seda y Japón ¿Qué me trajo hasta acá? Los trabajos, las personas, la infinidad de tiempo en soledad. Hace tiempo que no logro escribir, solo cumplo con tomar notas, hacer listas, registros sin forma de las cosas que van pasando.
Abro un archivo que se llama Belgrado, el Word tarda. Antes de leer, busco el porro de la mochila de Oliver y me armo uno. Lo fumo sin avisarle, mirando fijo a la pantalla. Es una copia de un mail de Mila.
Nada, en idioma serbio, quiere decir esperanza. Siempre he querido escribir sobre ella, sentía que se lo debía. Pues, ¿qué mejor oportunidad para empezar? Nadie sabe dónde o cuando nació. Ella tampoco lo supo. No sabía escribir, y sabía leer solo cirílico. Hablaba serbio, rumano, un poco de alemán y un poco de todo. Llevaba el pelo laaaaaaargo, largo, largo. Pero siempre recogido en una... No sé cómo se llama en español. Yo siempre quise tener pelo como ella. Era muy bajita y flaca, de piel negra como los indios, y siempre contaba que ella venia de la India, que es cierto porque los gitanos llegaron a Europa desde India en edad media. Llevaba un montón de faldas una encima de la otra, con dibujos de flores, pero todas diferentes (te puedo encontrar algunas imágenes). Y un pañuelo en la cabeza, y pendientes de oro amarillo, casi rojo. Tenía unas manos muy bonitas y dedos largos. Fumaba drina, un tabaco negro, cigarillos sin filtro. Tenía un tos de fumador horrible, y toseaba cuando se sonreía...y sonreía mucho. Ella llegó a casa por mi abuelo, él era general, e iba con su chofer por algún lado al sur del Belgrado. Cuando regresaban era casi de noche y ella iba andando al lado de la carretera, se pararon y le preguntaban dónde iba. Ella le dijo que se va a Belgrado para buscar trabajo. Y después de media hora (porque no quería subir al coche, y le estaba mandando al carajo a mi abuelo y su coche y su chofer y su uniforme) subió y ha venido a trabajar a su casa. Ella era la única persona que no le decía usted a mi abuelo y le hablaba como si fuera un niño, todo el mundo le tenía miedo.
Tendría que contarte algo sobre el General, Doctor Mesterovic. Él era súper duro, estricto pero de muy buen corazón. Por esto se llevaban tan bien, los dos tenían vidas muy duras. Él nació en 1908, era niño en primera guerra mundial, terminó la medicina en Belgrado y se ha ido al ejército. Empezó a juntarse con comunistas, y al poco le querían encarcelar, pero se escapó a Italia. De allí con las brigadas internacionales a España en ´36. Ahí pasó toda la guerra, hasta la caída de Barcelona, luego un año en el campo de concentración. Ha llegado a Belgrado en ´41 justo después del bombardeo. Estuvo en todas las batallas más grandes de la guerra. Así que nunca se parecía a un doctor viejo, siempre tenía la espalda recta, muy militar. Pero le adoraba a Nada...no sé qué lejos quieres entrar en los personajes...
Una de las pelotas golpea fuerte contra el vidrio de la ventana, pego un salto. Oliver entra a la habitación sacándose los auriculares.
-¿Qué hacés? - se acerca hasta la cama y me da el beso que le estoy pidiendo, yo me levanto y voy para el baño a enjuagar la ropa. Me miro la cara al espejo.
-Estaba intentando escribir algo-. Estrujo un par de medias y lo cuelgo en el gancho de la toalla. – Ando sin ideas.
De repente se me aparece como el completo extraño que es. Me saco el cristal del viaje, de la distancia y la adaptabilidad. Como siempre, postergo el encuentro con la realidad, la molestia, el posible dolor.

-Necesito un rato más- me dice y se vuelve a poner los auriculares, otra vez a la terraza con sus juguetes. 

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