14 de marzo de 2016

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Salimos del Moon Light rodeados de aplausos y gritos de aliento. Yo quiero ir por la playa y Oliver me sigue, los otros dos nos siguen a nosotros. Caminamos por la parte que moja el mar, aunque nos vamos metiendo cada vez más adentro del agua. Oliver se zambulle, yo dejo mi mochila sobre la arena, me saco la ropa y me meto al mar en bombacha y corpiño. Peter y Sue nos siguen.
Me encuentro en la noche cerrada, flotando demasiado hondo. Oliver nada cerca mio, no hay olas, solo un leve balanceo hacia adelante y hacia atrás. Si nunca hubiera visto el agua de día, pensaría que es negra.
Sé que cuando salga voy a pasar frío. La sal que me entra por la nariz me marea, no tengo más lugar dentro del cuerpo.
-Nos contagiaste algo de tu espíritu latinoamericano esta noche-. Peter se cree gracioso, se ríe, jocoso de su aventura. Voy a vomitar en el mar. Voy a vomitar.
Corro hasta la habitación, llego justo a levantar la tapa del inodoro y vomito una vez más, me sale el alma de adentro. Me siento sobre el piso, abrazada al inodoro. No sé cuánto tiempo pasó cuando los escucho venir charlando y riéndose. Aparece otra voz, más grave y triste. Es el viejo Brian, habla lento, desde acá puedo sentir cómo se lo quieren sacar de encima. El piso del baño, ahora de un blanco que me enceguece, se mueve desafiando sus propias posibilidades; me aferro más fuerte al inodoro, única fuente de estabilidad, y espero que pase, ya va a pasar, siempre pasa.
Antes de acostarme, me doy un baño con agua helada. Oliver ya está en la cama y ronca, como siempre que se acuesta borracho. La cabeza me late fuerte y los pulmones se me llenan menos, hasta la mitad; cuando apoyo la espalda sobre el colchón, me crujen las vértebras. Tengo un sueño adentro de otro; quiero salirme, despertarme, pero lo único que logro es pasar al próximo escenario. Soy una bola bajando por un espiral, caigo en el living de una casa y me convierto en persona, estirando mis extremidades. Encuentro a mi prima cocinando empanadas.
-¿De qué son?- le pregunto con una voz que no es la mía.
-No importa de qué son, lo importante es…
Y desaparece. La busco, llamándola a gritos, salgo por la puerta de calle, me quiero despertar pero estoy en el fondo del mar. A mi alrededor Oliver, Peter y Sue, todos tienen equipo de buceo menos yo. Van tranquilos, se hacen las señas de que está todo bien; yo pataleo, le tiro a Oliver de la mano, nadie me hace caso. Sé que se me acaba el aire, que se viene el peor final si no logro despertarme... ¿quién va a darle a comer a los perros si me muero?
-¿Qué perros?
Oliver me mira desde la otra punta de la cama; la tele está encendida, tiene dos almohadas debajo de la cabeza y el control remoto en la mano. Ninguna parte de nuestros cuerpos está en contacto.
-Oliver, así no puedo más-. Me acerco a él. Estamos enfrentados, cada uno sobre su almohada; le acaricio la cara.
-No quiero estar más acá.
-¿Adónde querés ir?
-A casa.

Quizás es mejor desistir de todo, ahora mismo tomar cada uno su ruta. ¿Y yo qué haría? Mis propios límites me impiden imaginarlo; por ahora es Oliver o nada. Me siento en la cama cruzada de piernas, él pone su cabeza en el hueco del medio y lo acaricio. Doblo el cuello y le doy un beso en la frente, después uno en la boca.

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