Entonces recordó aquella tarde en que había llegado
–adrede- temprano a la reunión en lo de Berta. Caminando hacia la entrada
sintió su presencia. Lo había sabido antes de verlo, estaba ahí, en el jardín
de adelante, haciendo florar el olor del pasto mojado que llegaba a su nariz
mezclado con algo de Cesar, el olor de su pelo. Lo encontró saltando entre
perros que corrían alrededor suyo mordiendo el aire. Su risa fuerte y
entrecortada gruñía más fuerte que los perros, cada bocanada de aire que
tomaba, ah. Estaba a solo unos pasos cuando la vio. Ella sospechaba que ya la
había visto pero se hacía el tonto para dejarla gozar unos segundos más.
Sonrió. Las bestias se le vinieron encima, le apretaron la piel de la espalda
con las uñas y le llenaron la pollera de saliva. Aurora se tambaleaba sobre los
tacos mientras intentaba no caer en un colapso nervioso. Cesar echó a los
perros con sus manos grandes. Los empujaba hacia atrás por el cuello, insistían
pero él también.
La estaba protegiendo.
En la mesa todos contaban historias sobre personas que ella
jamás había oído nombrar. Sólo sonreía y asentía, feliz de estar cerca de él, de verlo comer, de ver las migas que se escapaban de su comida cuando la
llevaba a la boca, de ver a los perros con sus narices hurgando la alfombra. El
espectáculo la llenaba de amor y fingía toser para llevarse la mano a la cara y
poder sonreír a escondidas.
Se perdió, distraída entre las calles. No sabía dónde
estaba. Le temblaban las manos, frenó el auto y bajó a fumar un cigarrillo. Ella piensa en
un cigarrillo y la habitación se llena de humo, piensa en él ¿y?
No hay comentarios:
Publicar un comentario