4 de junio de 2016


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Munnar. Lo tenemos anotado próximo en la lista que nos hizo Thomas en Melbourne. Él viajó por la India durante tres meses, creo que es de confiar. Para empezar, es francés, y los franceses tienden a menospreciar todo. Dijo que a mí, especialmente, me iba a gustar; yo me sigo preguntando especialmente, ¿por qué a mí?
El día que compramos los pasajes, Bárbara me apartó para hablar y me dijo que Oliver tenía expresión de terror. Ella tiende a ser paranoica y tuve miedo de que se me pegara esa paranoia. Claro que Oliver estaba nervioso, yo también lo estaba. A duras penas nos conocíamos y nos estábamos yendo de casa, a pasar tiempo solos, con todo lo que no pasaba entre nosotros.

Hace mucho calor y el colectivo va lleno; adelante viajan las mujeres y atrás los hombres. Venimos al fondo juntos, hay tanta gente parada que se genera una intimidad forzada. Me siento mareada, recorremos kilómetros de calles de tierra. Recién a la media hora aparece el primer pueblo y la gente empieza a bajar. Cuando descomprime, agarramos un asiento y me duermo con la cabeza sobre sus rodillas. Me siento contenida durmiendo con movimiento alrededor. Apoyo la cara en la palma de su mano.
Me despierto por el movimiento del micro. Oliver está durmiendo, vamos muy rápido a través de una ruta de montaña, saltamos de un lado a otro por las piedras del camino. El motor hace ruidos como si fuera a desprenderse.
-Hermosa- me dice, y me acaricia el pelo. Tiene cara de dormido, los ojos azul oscuro. Le agarro la mano sobre mi cara y lo hago que me acaricie un rato más. Hay algo de estar cerca suyo que me hace olvidar de todo lo demás y perderme. En la India, hablando en inglés todo el día, es difícil recordar quién era hace poco.
¿Y Oliver? Hace unas semanas tenía una idea tan diferente de él, fruto puro de mi imaginación, de cosas que voy comprobando que no son y nunca dieron indicios de ser. Una noche en Melbourne, Oliver me dijo que Catie iba a pasar unos días por la ciudad de camino a Christchurch, donde iba a ayudar a las víctimas del terremoto; yo no pude dormir pensando en los terremotos y se lo dije. Nos pusimos a jugar a las cartas. La luz del velador me iluminaba desde atrás, sentía los rayos calientes que rebotaban sobre mi nuca y explotaban por la habitación. Me concentré en el orden de las cartas, incliné la cabeza y pensé que Oliver, al levantar la vista y mirarme, pensaría en la virgen de Guadalupe.
Cuando nos volvimos a acostar, le pedí que me hablara hasta que me durmiera. Cerré los ojos y lo escuché con atención, fingiendo la respiración cada vez más pesada, hasta que empezó a hablar más lento y se quedó dormido. Entonces abrí los ojos; la luz de la calle todavía me dejaba ver algo adentro del cuarto. Su diente chueco, hermoso, brillaba asomándose por debajo del labio.
Unas semanas después llegó Catie a Melbourne. No vino nunca a nuestra casa, se encontraron solos en Lentils. Yo me quedé leyendo Franny and Zooey y esperando a que llegara Bárbara para decirle de hacer algo, lo que fuera con tal de distraerme. No tenía celos, sabía que ella no le daba besos ni cuando eran novios, pero igual quería salir, no pensar demasiado en el tema, en su pelo largo y sus piernas, su boca de frutilla.
Fuimos al jardín botánico y a la vuelta ahí estaba Oliver, en el patio de la casa, cosiendo su sandalia. Era de esas deportivas, bien agarradas para correr o escalar. Las había comprado usadas en Nueva Zelanda, le sobraba un poco encima de los dedos. Era la tercera vez que las cosía.
-¿Cómo te fue?
Le di un beso en la frente.
-Bien.

Seguía hablando pero yo pasé de largo hasta el baño. Me puse colorada, mientras hacía pis sentí la cara hirviendo y me tuve que poner las manos frías en las mejillas mientras equilibraba mi peso para no tocar el inodoro. Oliver trajo esas sandalias hasta la India, cualquiera de estas noches se las tiro a la basura.

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