22 de marzo de 2018

Una lagartija no es una rata. Tampoco un sapo. No se puede tenerle asco a todo. Jose tampoco comía mariscos ni cebolla.
-Quedate tranquila, va a cazar todo lo que te asusta- inventé cualquier cosa. No tenía idea acerca del estilo de vida de las lagartijas. Quería estar en paz. Terminar el guiso. Hubiese preferido guisar con música. Girar la cuchara larga de madera al ritmo de una milonga. Quería que Jose estuviera, pero en silencio. Con los ojos cerrados, sin emitir opinión. Pero viva, eh. Que cuando le pidiera que descorche el vino, lo hiciera. Que el plup del corcho nos hiciera reir y mirarnos a los ojos, solo un segundo. La lagartija avanzó a través del techo.
-¡Pensé que estaba muerta!- Y saltaron las chispas del cortocircuito. Jose de pie sobre una silla.
-Le voy a pegar las patas al techo. - Hablé y después silencio. Era un lago negro. El animal con hambre, la boca seca, el estómago hecho bolsa, la lengua desesperada, las patas inmóviles y nosotras, comiendo el guiso como si nada.

No hay comentarios: