20 de octubre de 2011

alto y seco

había posado su mirada sobre el rectángulo que colgaba de la pared. líneas de color violeta; violeta como si se pudiera sujetar, querer, nombrar. dibujaban la figura de un hombre de doble rostro. uno sonreía, con los ojos bajos, la dentadura expuesta. el otro deformaba la boca con gravedad, el entrecejo tenso. el asco, vertical, subió desde el estomago hacia la garganta: sintió pena por esa necesidad de representar, de dibujar líneas que dijeran: aquí, esto, ahora sí: el hombre.
el hombre y las medidas del mundo, y el tiempo, el espacio. el hombre y los otros ¿hombres?
se acomodó. se tocó las piernas, recorrió sus brazos con los dedos, movió los pies. cerró los ojos y calló al mundo.  quiso pensar en la nada, siguió pensando en el hombre.
escuchó, entonces, los ruidos del mundo. en cámara rápida cuanto había escuchado en su vida. los sonidos tristes de voces queridas y hasta su propia respiración: la lenta, la de dormir, la de correr al colectivo, la de querer y la de llorar.
pidió, por favor, como si existiera tal cosa, pidió.
abrió los ojos y seguía ahí. también los ruidos y los trazos violetas. sintió a la vez sed y ganas de llorar. todo, como siempre, comenzaba y terminaba con el agua. lo sabía: volvió a cerrar los ojos y vio el mar, el océano mar. dentro de él, sumergido hasta el corazón, un hombre intentaba pintar cuadros con sal. lo mismo que la nada, todo.
-fue una semana difícil, dijo por decir.
lo mismo daba. ya todo era débil de ahogo. no hacía falta explicar. 

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