10 de enero de 2012

IV

Con el dinero sucede lo mismo que con el papel higiénico
Upton Sinclair


Querida:
Me cansé de llamarte x. Me quedé con la historieta del francés. Ben era Benjamin y se apareció bajando por la calle emponchadísimo y listo para abrazar a una extraña. Ultimamos detalles de la cena: que no hay dónde comprar para cocinar, que vamos para Alfama, un lugarcito de comida de São Tomé, la inglesa que entra a los gritos y un negro que se nos rie desde atrás de la barra. El lugarcito no es más grande que una habitación y entran, mágicamente, cuatro mesas con sus sillas. El negro nos trae la carta, Hayley la mira, no la entiende, sigue hablando a los gritos. Ben está tranquilo sentado al lado mío. Empieza a hablar de la paz, de la meditación. Pierdo rápido el interés, no sé cuántas veces ya escuché esta historieta. Tardamos en pedir, la inglesa se quejaba de no entender el menú (sí, quizás era realmente inentendible por qué los platos se repetían tres o cuatro veces en distintas disposiciones de páginas) e intentaba que el negro entendiera si reclamo. Creo que al negro no podía importarle menos y medio se hacía el sota para sacársela de encima: sonreía y afirmaba con la cabeza.
Pedimos: algo parecido a mini empanaditas de pescado fritas y mega picantes, yo una feijoada a la portuguesa y una jarra de vino blanco. Una delicia. Comimos charlando sobre la paz, la India y el ex de Heyley: temas de conversación universales si los hay. Yo mientras lo observo a Ben: tenía en la munieca una pulsera hecha con una cuchara, no sé si tenía claritos o si se le aclaró el pelo con el sol francés. Es bonito, pero francés. Vino a Portugal a estudiar portugués porque quiere viajar al Amazonas. Me pregunto por qué no fue a aprender portugués a Brasil y la obvia respuesta es que Ben es un cagón. No, definitivamente no me gusta. Aunque me sostenga la espalda para caminar, aunque me sirva vino, aunque me pregunte cosas, aunque me regale un chocolate, aunque aunque aunque
Terminamos de comer y nos vamos a lo de Ben. Un departamento hermoso como solo estas ciudades viejas saben tener. Enorme. Vive acá con Pedro, un portugués esplendido, María, su hijo y otro tipo más cuyo nombre no recuerdo. De nuevo este olor a casa europea, a casa que no es casa sino por tiempos cortos, por agujeros en la vida. Yo viví en lugares así.
Nos sentamos, tomamos vino, fumamos mezcla de tabaco que me hace abandonar mi absitencia. Hayley saca un billete de libra y nos reímos del dibujo de la reina que debajo promete: I promise to pay the bearer on demand the sum of xxx.Yo saco dos pesos y Pedro se emociona, los guarda en su cuaderno. Le doy otro billete a Ben y uno a Hayley. Hayley deja el de ella en la mesa disimuladamente, le importan tres carajos mis dos pesos. No se cómo llegamos a discutir sobre el chocolate: Hayley dice que es de origen inglés, yo sostengo que el mexicano. Google me da la razón, pero pronto pierdo credibilidad cuando discuto con Pedro que Portugal no debe ser ni dos veces más grande que la provincia de Buenos Aires. Además creo que lo ofendí.
Nos vamos temprano porque Hayley trabaja a las 7. Para despedirnos, Pedro reparte porciones de torta de chocolate y Ben baja a abrazarnos en la calle. Nos perdemos a la vuelta, no entiendo mucho a esta mujer. En el hostal encuentro despiertas a dos yaquis que comparten habitación con nosotras. Me cuentan que mañana se van para Belem y decido unírmeles descaradamente. Me voy a la cama porque sé que mañana no me va a levantar ni un huracán y no quiero atrasar a las pibas.

Mando besos a montones!

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