-¡NO, POR
AHÍ NO!
Carlos
frenó a Bobi justo a tiempo. Bobi quedó seco, embalsamado, en medio de la selva
amazónica, con los brazos a media asta, los codos flexionados y las manos
extendidas como estrellas de mar.
Sin separar
los dientes, masculló: ¿Qué pasa?
Pasaba que
delante de Bobi, a pocos metros de él, echaba raíces el árbol donde bien se
sabía, habitaba la santa tristecita.
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