Era de
tarde y el rio era marrón. Siempre se preguntaba cómo el agua del rio podía ser
tan marrón y nunca había pensado en el barro, vivía distraída.
Las chicas
remaban la canoa al centro del rio. Cada una manejaba un remo. El sol aún les
calentaba la nuca sin quemar y se reflejaba dando pequeños destellos naranjas sobre
el agua. Ivana iba a la izquierda y Rocío
a la derecha.
Los remos
dejaban figuras en el agua, que parecía erizarse del frio. A pocos metros, a
ambos lados, hileras de sauces meneaban sus hojas acariciando la superficie
liquida.
Las chicas
habían entrado en un letargo producido por el movimiento constante y siempre
igual de sus cuerpos, una hipnosis de la sincronía que les dificultaba la
conversación.
-Hace tres noches que no duermo, dijo
Ivana alargando las vocales.
Su cuerpo
iba hacia adelante y luego hacia atrás con mucha más velocidad, soltando la resistencia
del remo al agua. El ruido del río en movimiento nunca cesaba, iba y venía.
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