5 de mayo de 2012


Era de tarde y el rio era marrón. Siempre se preguntaba cómo el agua del rio podía ser tan marrón y nunca había pensado en el barro, vivía distraída.
Las chicas remaban la canoa al centro del rio. Cada una manejaba un remo. El sol aún les calentaba la nuca sin quemar y se reflejaba dando pequeños destellos naranjas sobre el agua.  Ivana iba a la izquierda y Rocío a la derecha.
Los remos dejaban figuras en el agua, que parecía erizarse del frio. A pocos metros, a ambos lados, hileras de sauces meneaban sus hojas acariciando la superficie liquida.

Las chicas habían entrado en un letargo producido por el movimiento constante y siempre igual de sus cuerpos, una hipnosis de la sincronía que les dificultaba la conversación.
-Hace tres noches que no duermo, dijo Ivana alargando las vocales.
Su cuerpo iba hacia adelante y luego hacia atrás con mucha más velocidad, soltando la resistencia del remo al agua. El ruido del río en movimiento nunca cesaba, iba y venía.

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