día 19
El tren llega a Irkutsk. No puedo esperar para bajar y darme un baño. Sobre todo no puedo esperar para que los demás se den un baño. Ahora sí estamos en Siberia. No hace frio y hay sol. Nunca jamás en mi vida me imaginé que iba a pisar Siberia y aquí estoy. Es dificil de repente llenar de imagenes reales a una fantasia. Irkutsk es una ciudad común y corriente y uno no se imagina que acá exiliaron a tanta gente. Hay un monumento al fundador de la ciudad; como no hay fotos ni pinturas, le inventaron una cara. Vamos con los brasileños y un mexicano hasta el Lago Baikal, una de las mayores reservas de agua dulce del mundo. Vamos a dormir en unas casitas de madera en frente del lago. El agua s absolutamente azul y fria y llena de peces. Ojalá me anime a meterme. La cabaña da un poco de miedo pero está bien. Paseamos por Listvianka, el pueblo a orillas del rio. Al rato tomamos un micro y vamos a una especie de museo al aire libre que muestra la forma de las casas siberianas del siglo XVIII. Con el frio y la lejania, la gente vivía y vive de maneras muy extrañas. No muy lejos de acá está Mongolia, donde todavía muchos viven en yurtas, una especie de carpa del futuro. Vemos casas de madera redondas, yurtas, casitas con techos muy bajos y camas donde dormían familias enteras y muchos depositos de comida para el invierno -para refrigerarla: nieve-. Todavia me cuesta creer en este tipo de casas. Me impacta más el paisaje: muy verde y lleno de arboles que es otoño se empiezan a poner rojos. Algunas montañas bajitas y el lago de agua transparente. Belleza. Acá nos sirven un almuerzo que empieza, como siempre, con vodka. Sigue con una sopa que no me animo a probar y, por último, pescado y para tomar un liquido rojo que parece pitufresa. No sé cómo logro comer todo sin tragarme una espina. Empiezo a ampliar mi dieta por culpa del hambre, estoy muy orgullosa de mi. Volvemos a las cabañas. Hay que pagar internet y con Pedro y el mexicano estamos desesperados por comunicación. Quedamos en pagar una hora cada uno y encontrarnos a cada hora en la puerta de la recepción. Pagamos la primera hora y nos encontramos, pagamos otra hora mientras nos cagamos de risa y terminamos tomando vodka y cerveza y desperdidiciando nuestro pago. Por suerte, la mujer se olvida de apagar la conexión a la hora y queda toda la noche prendida. Cada uno desde su cabaña pensaba que a algún otro le habría agarrado la locura de pagar toda la noche. Nos cagamos de risa en el desayuno. El mexicano dice que tiene una "galletica" pero no le creo. No sé qué se me da cada tanto por descreer absolutamente de lo que alguien me dice, ¿con qué autoridad? Entonces se me vuelve rara la compra de la corona y el huevito que eran -supuestamente- para la galletica. Sospechoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario