20 de octubre de 2012




El segundo tren bis
Al día siguiente del incidente de pseudo prostitución de la camarera del vagón comedor, la encuentro con la misma ropa y el pelo chorreando grasa, solo que ahora sirviéndonos la comida en pantuflas. Pacto implícito de que aquí no ha sucedido nada.
Me toca compartir la mesa del vagón comedor con la pareja de argentinos, Nestor y Amanda. Hablando de la paria, Amanda cuenta la historia de aquella vez en que fue víctima de la inseguridad: una vez en la puerta de su casa, un motochorro quiso afanarle la cartera. Ella fue a la policia e hizo la denuncia: "Porque después, cuando uno entre a mi casa y yo le pegue un tiro, voy a poder alegar defensa propia por trauma de que esto ya me pasó una vez antes".
Y también aquella vez que le quisieron arranar el celular en la calle: "Sí, yo antes andaba siempre armado, pero hoy en día con las cosas que pasan ya no se puede".  Y ahí fue que lacomida me empezó a caer mal.
Una costarricense que viaja con las gerontas no para de lavarse el pelo en el baño del tren.  Se toma más o menos una hora ahí encerrada porque el agua sale con la presión del chorro de un bebedero. Teniendo en cuenta que las viejas están siempre orinando en el otro, cada mañana la lucha por el baño es épica. Ejecícios de paciencia son la orden del día.


día 20
Otro gran orgullo es que me subo al teleférico sin miedo. Subimos por una montaña arbolada para llegar a un mirador desde donde se ve la ciudad entera. Tenemos una guia que se llama Gala. Es rubia y con un pelo enorme. Usa pantalones blancos y tanga. No entiendo si es boluda o simplemente tiene mal gusto. Termina siendo una genia, así que mis prejuicios me los meto en el culo. Bajamos la montaña caminando y ayudo a una viejita que se aventura con nosotros, dándole el brazo durante el camino. Me hace acordar a cuando caminaba con mi abuela por la calle, le encantaba andar con su brazo cruzado sobre el mio. Cómo me gustaría llamarla y contarte todo lo que estoy viendo, todo lo que me regaló.
Nos vamos a un museo sobre el lago. En la puerta, un grupo de chicas de no más de 15 le pide a un argentino que iba con su mujer de sacarse una foto con él. Se sacan las fotos y mientras entramos al museo lo miro de reojo: en el medio de las chicas, el viejo canoso intentando comunicarse con las nenas como un orate: you are very beautiful girls, beautiful girls.  Siento verguenza ajena.
En el museo se muestran los ecosistemas que viven en el lago y cómo cada cosa con vida contribuye a la limpieza del agua. Es impresionante. Dentro del trayecto decido que a mi vuelta voy a empezar a estudiar biologia, este es el mambo de hoy. También hay fotos del lago congelado en invierno y es una imagen maravillosa. No dejo de escuchar las temperaturas que hay en Rusia en invierno y me es imposible imaginar la vida con ese frio. Hay lugares donde ninguna parte de la cara puede quedar al descubierta porque al contacto con el aire se congelaría, literalmente.
Gala nos lleva a almorzar a la orilla del lago. En un puestito como los de choripanes de la costanera empezamos tomando vodka. Ella hace un brindis y no entiendo si lo hace siempre o si algo le pegó, pero lo que dice es que cada uno tiene su estrella guia y que desea que la de cada uno de nosotros nos lleve siempre hacia lugares ciertos y de felicidad. Me conmueve, pero no sé si es porque me estoy zarpando con el vodka.
Es la primera vez en mi vida que me ponen un plato con un pescado entero, con cabeza y todo. El plato es de plástico y los cubiertos también. Este es el concepto de "picnic" para los rusos. Es lo más rico que como desde que llegué, una delicia absoluta. El pescado es omul fresco del lago. Brilla el sol fuerte, hace calorcito y el agua está bien azul, tenemos mucho más vodka para tomar y la comida está riquísima. Esto es la felicidad absoluta.
Termino la comida y me aventuro al lago. Meto los pies y el agua está absolutamente helada. A la vuelta, un tropezón casi me quita el amor por el lago y la dignidad, suerte que tengo buenos reflejos.
Tomamos un barquito por el lago. El argentino se pone a hablar con unos ingleses, contándoles que tiene un barco y que navega por Brasil. Cada palabra que dice me da más ganas de tirarlo al agua helada. Vamos un a un mercado al aire libre. Creo que Pedro tiene un problema de compulsividad de compras.
Esta noche vuelvo a subir al tren. El próximo destino es Mongolia, ya vamos abandonando Rusia.

El tercer tren (día 21)
No tiene vagón comedor. Estamos todos confinados al vagón que nos tocó. Yo una vez más con el brasileño con el que estoy enemistada desde el incidente de Vladimir, una costarricense con complejo de madre y el otro que le lleva siempre las valijas a las gerontes. Todo se magnifica por la cercania a la que estamos obligados. Comemos en los vagones, los llenamos de migas y olor a queso. Este tramo del viaje es dificil. Termino de leer "Los detectives salvajes", casi que con tristeza porque era una gran compañía.
La situación con Vladimir se pone medio tensa porque un día no se me ocurrió mejor idea que empezar a decirle Vladis. Evidentemente, los apodos cariñosos no son moneda corriente en Rusia. Cada tanto en tren nos encuentra solos y a mí de los nervios no se me ocurre qué decir y lo que digo son puras boludeces. Habrá que remarla hasta tierra firme. Mientras tanto lo veo que anda con las pantuflas del tren por todos lados y muero de ternura.
Con estre tren atravesamos la frontera de Rusia hacia Mongolia. Tenemos paradas de cuatro horas en las que en vez de bajar nosotros, la policia sube a los vagones. Los primeros mongoles que veo en mi vida. Una mujer se acerca a la puerta, pide nuestros pasaportes e intenta decir cada nombre en voz alta, muriéndose de risa. Después entran otros oficiales cinco o seis veces, siempre sonriendo. Creo que es más por la curiosidad que les damos que por que tengan algo que hacer. Los mongoles tienen los ojos rasgados como los chinos pero la piel más oscura y son altos. Hermosos.
Paramos en algún pueblo perdido de la ruta y tenemos que esperar como tres horas más. De nuevo evito a Vladimir y me voy a comer sola al parque mugriento. El pueblo no tiene más de tres cuadras y no entiendo de dónde salió toda esta suciedad. Mientras almuerzo me pasan por delante como diez vacas sueltas y un perrito.

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