2 de octubre de 2012
el tren
nos disponemos a recorrer 10 mil kilometros en tren.
primer objetivo a bordo: hacer una expedición. un pasillo finito muestra, a un lado, ventanas grandes que no se pueden abrir. por fuera de las ventanas se ve un paisaje siempre igual: arboles. son abedules y, como empieza el otoño, están teñidos de colores. verde, amarillo y cada tanto una zona roja, casi fucsia. y siempre lo mismo, se repite hasta el infinito, mientras van cambiando los colores. frente a las ventanas, las puertas de las habitaciones. se abren para el costado con una tranca y cada cuarto tiene su llave. en mi vagón, las habitaciones son de a cuatro. hay otro vagón de habitaciones de dos y hay un par colectivos. la mayoría de los habitantes de mi vagón llevan la puerta abierta porque hace calor. el pasillo es una experiencia de olores. los rusos que viajan en el tren no comen en el vagón comedor (es carísimo), sino que se cocinan. el tren tiene tanques de agua caliente que se pueden usar, entonces por lo general se preparan sopas. caminando por el paisllo hacia otros vagones, voy oliendo la comida de todos los pasajeros. el piso del pasillo tiene alfombra y las ventanas cortinas. el olor se impregna, no corre aire fresco, el ambiente es pesado y cerrado. cada vagón tiene dos baños, uno en cada punta. los baños se cierran media hora antes y después de llegar a cada estación, lo cual causa muchísimo revuelo entre los latinos. el baño es chiquito pero sorprendente, como fueron las habitaciones. hay un inodoro, papel, tacho y canilla con agua. en la habitación nos dieron un equipito con toalla, cepillo de dientes y peine. siento que todo es mucho mejor de lo que esperaba.
llego al vagón colectivo y me sorprende. acá sí que los olores se mezclan y ya es imposible saber de dónde vienen. olor a comida, a pata, a chivo, a personas, a todo. las literas se suceden sobre la izquierda y sobre la derecha, mesitas desplegables y banquitos sobre los cuales muchos comen, le cambian los pañales al bebé, toman vodka o juegan a las cartas.
el vagón comedor es una especie de milagro. uno nunca podría haberse imaginado cómo se dispondrían las cosas para que todo parezca tierra firme. y es así, como un comedor cualquiera: sillas, mesas, un mostrador.
el vagón de latinos y las azafatas no tardamos en hacernos amigos. se llaman natasha y lidia y, cuando no andan uniformadas acomodando las alfombras o cerrando los baños, andan en piyama, ruleros y pantuflas por los pasillos, siempre sonriendo y dando largos sermones en un idioma que nadie entiende.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario