7 de noviembre de 2012

Día 24
Vuelta del parque hasta Ulan Bator. Vamos al palacio de un Khan, muchos vestidos enormes y animales embalsamados. Nos llevan de compras y finalmente puedo conectarme un rato y leer mails. Encuentro una librería que tiene libros en inglés y me compro una compilación de los “mejores 100 cuentos”que resultó ser en realidad de los peores 100 cuentos, pero eso queda para más adelante. Este fue el día en que empecé a reirme abiertamente de los pedidos de auxilio de las gerontas, no pude aguantarme y tuve que empezar a repetir tras ellas “oye, me estoy orinandoo”. Tengo sed y no conseguí agua. Vamos al teatro a ver una obra de folklore mongol. Vladis viene a buscarme a mi asiento y me trae un agua. Creo que lo amo. En la obra hay contorsionistas, tipos que cantan con dos voces, muchos instrumentos de cuerda orientales y, para terminar, una orquesta que cierra con We are the champions. Lo filmo para mostrárselo a Miss Lucas. Duermo en un hotel que se llama “Ulan Bator Palaca” y tiene el slogan: “be a king in the palace”. Creo que es el lugar más triste en el que estube. En el comedor, un grupo de chinos engalanados intentan, contra su naturaleza, un festejo. La decoración es abundante en rosa y brillo. Bajando por la escalera, me encuentro con tres tipos pidiéndole prostitutas a un empleado. Mi habitación es linda y tiene vista a una construcción. Los brasileños van a salir, me invitan, paso. Me quedo boludeando en el hotel y al rato vuelve Pedro perdió si tarjeta de crédito en el bar. Mañana nos levantamos tempranísimo para tomar el tren y no me puedo dormir.

 Día 25
Adios a Ijma y al palacio, de vuelta al tren. Desayunamos en el hotel y mando una postal a Serbia como había prometido. Creo que nunca llegó ni llegará.

 El cuarto tren
El paisaje cambia y ahora por la ventana vemos el desierto de Gobi día y noche. No es un desierto de arena, sino más bien una llanura inmensa. El tren va lentamente virando hacia lo oriental. En el restaurant sólo sirven comida china y, unos pocos minutos después de haberte sentado, la moza te informa que “no water” y luego un hombre la sigue gritando “Passport, passport”, lo que significa que se nos acabó el tiempo para comer, que viene el próximo grupo y tenemos que rajar. A algunos les toca postre, a muchos no, es mera cuestión de suerte. Por la noche me aventuro al vagón comedor, solo para encontrarme al mexicano sentado en medio de un grupo de rusos enormes, aparentemente en aprietos. Un vaso lleno de vodka descansa en la mesa frente a él. Y el mexicano niega con la cabeza y los rusos lo golpean en la espalda. El mexicano se levanta de la mesa, se excusa con la manos y casi corre fuera del vagón. Los rusos, entretanto, lo despedían a los gritos: “¡Albertaaa! ¡ALBERTAAA!”. Alberto no había querido tomar más vodka. Los chinos no se muestran tan amigables como los mongoles. El tren para por un rato y, de improviso, unos perros sueltos y aterradores empiezan a recorrer nuestras pequeñas habitaciones en busca de cualquier cosa remotamente ilegal. Temo por mi vida. Una mujer policia recorre los pasillos recopilando los pasaportes y cuando llega a por los nuestros, me ordena que baje desde mi cama para darle el pasaporte en la mano ¡Me ordena! Me acuerdo de la mañana en que fui a buscar mi visa a la embajada china, ¡hace ya tanto tiempo! A la entrada de China, el tren tiene que hacer una larga parada para cambiarse las ruedas, porque las trochas son más aplias de ahí en adelante. Todos los pegamos a la ventana a ver qué es lo que pasa. Los vagones se separan, con unos golpes tremendos y unos ruidos que emulan la explosión final del planeta. Nos movemos abruptamente para todos lados durante un buen rato. Después, los vagones se elevan a casi dos metros, una maquina saca la fila de ruedas viejas y mete una fila de ruedas nuevas, el tren baja, los vagones se acoplan, ya pasaron como cuatro horas y seguimos camino China adentro.

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