El caos
circundante la había hecho codiciar el orden por sobre todas las cosas, dentro
de todo lo que se pudiera controlar. Habitaba un mundo en el que las camisas se
doblaban con regla y escuadra y las trenzas de las niñas eran hechas con igual
número de vueltas a cada lado, los escalones se bajaban siempre con el mismo
pie, se dormía y amanecía a horas fijas y nunca jamás sucedía lo que no debía
suceder.
Ella no era
como otras mujeres, por ejemplo Adela Pando, que fingían pulcritud con sus
familias aparentemente perfectas y libres de toda angustia mientras uno podía
ver, claramente, la tensión entre ellos, quizás no “tensión”, rareza, inquietud.
Cada tanto se la podía ver bien. En realidad era solo ella la que la veía cada
tanto, y no estaba tan segura. De todas maneras: era claro que Adela Pando se
creía mejor de lo que era.
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