La tía Mari vino un día con el cuento de un colegio que acababa de abrir Miss Mary, una señora inglesa que sabía mucho de educación. Miss Mary había fundado otro colegio hace años, el San Lucas, pero había terminado por abandonar el proyecto cuando un escándalo entre un alumno y la mujer de uno de los dueños llegó a oídos de los padres.
La tía Mari, parada en la entrada de la casa,
sostenía a Leo de la mano mientras se despedía de la madre de Lucía. Leo tironeaba
intentando soltarse, veía a Lucía sentada en la cocina y quería tocarla,
extendía el brazo y la mano sucia se abría como una flor.
-Estas cosas pasan siempre en los colegios privados,
pero este promete
El rayo del sol le pegaba en la cara y la tía se
tapaba los ojos con su mano libre. Lucía nunca había escuchado un nombre como
el de Miss Mary. Le sonaba extraño, como los nombres de las bandas que pasaban
en la radio. Imaginaba a Miss Mary sentada detrás de un enorme escritorio en
una oficina a oscuras. La luz tenue de la ventana iluminaría sólo sus manos,
cruzadas sobre la mesa y sus rodillas, una encima de la otra. El resto
permanecería a oscuras, su respiración marcando el escondite justo de su cara.
A los pocos días de la visita de la tía, los papas
le avisaron a Lucia y a Anita que entrarían en el San Mateo. El colegio era
algo diferente de lo que ellas conocían; ahora iban a ir a la mañana, saldrían
al mediodía a comer con los papás y volverían a clase a la tarde.
-¿Por qué? ¿Por qué hay que ir también a la tarde?
-Porque a la tarde van a hablar en inglés, decía la
madre. Lucía no podía imaginarse hablar inglés con personas que hablaban
castellano como ella, ¿por qué?
Y volvía a imaginar a Miss Mary, sentada en el fondo
de la oficina; ahora haciendo sonidos inentendibles, con las manos y las
piernas iluminadas, quietas en el lugar.
Con la noticia del colegio nuevo vinieron también
los planes de mudanza. Los papás iban todos los días a ver casas y dejaban a
Lucía y a Anita con la abuela durante la tarde. Como Lucía ya no tenía que
estudiar para entrar al Huerto, podía disfrutar de los paseos a las que las
llevaba Celia. Sus tarde preferidas, sin embargo, eran las que podía pasar con
Guido. A veces, Lucía no sabía cuándo, Guido la buscaba en el comedor y le
decía
-Vamos a dar una vuelta
Entonces Lucía se iluminaba y se entregaba a las
aventuras callejeras por las que la guiaba su primo. Un mediodía, la invitó a
comer. Por primera vez tomaron el colectivo juntos. Les tocó ir parados y Lucía
se sujetaba de los caños con fuerza, pesaba que iban al Botánico quizás, nunca
le preguntaba a Guido porque tenía miedo de que no la quisiera llevar más a sus
cosas de grande. Bajaron del colectivo pronto y caminaron hasta la puerta de un
edificio. No era el de Fito. Una chica bajó a abrirles y Guido la besó en la
boca.
Subieron y se sentaron a tomar mates en la cocina,
Guido sentó a Lucía sobre sus piernas. La chica trajo a la mesa un repasador
azul sobre el que apoyo la pava caliente. Antes de ponerle el agua al mate,
removió un poco la bombilla y le echo, con delicadeza, una cucharada de azúcar.
Lo hizo antes de cada mate y Lucía se distrajo mirando cómo caían los granos de
azúcar sobre la yerba, como la nieve de Ushuaia.
Cuando volvieron a la casa de la abuela, los papás
los hicieron cambiarse y prepararse para volver a salir. Tenían que ir a ver
una casa. Lucía no dijo nada acerca de la novia de Guido, sabía que era un
nuevo secreto entre los dos.
En la puerta de la casa que iban a ver, se
encontraron con una señora de la edad de la abuela. Llevaba tacos altos y mucho
maquillaje en la cara.
-¡Van a ver! ¡Les va a encantar!
La señora era amable, saludó a Lucía y a la mamá y
el papá con un beso fuerte en el cachete a cada uno. Por alguna razón que Lucía
buscaba comprender, la mamá actuaba como enojada con la señora amable. Lucía reconocía
sus silencios y su indiferencia y se preguntaba si era culpa de ella, con los
demás o con la señora.
-Mirá, la entrada tiene pasto alfombra, acá tienen
un jardinero del barrio que viene a hacer los arreglos
Silencio de radio. La madre miraba el pasto de reojo
y con cara de asco. Fue hasta el patio delantero, se agachó y tocó el suelo con
la mano, luego se llevó a la mano a la nariz. La cara de asco se concentro en
un gesto de reflexión.
La señora abrió la puerta de casa y esperó a que todos
pasaran para entrar. La madre sostenía con ambas manos la cartera de cuero
sobre su hombro. El padre fumaba y el humo del cigarrillo apestaba el living de
la casa. Entraron al mundo de otras personas. Los muebles del living estaban
todos en su lugar, la tele prendida pasando un partido de futbol. En la cocina,
los platos sucios y el olor a comida. Sólo un señor grande los esperaba sentado
en la cocina comiendo una naranja
-Buen día, dijo
-Buen día, dijo la madre con una sonrisa que Lucía
nunca le había visto.
Lucía vio como su mamá abría cada puerta que
encontraba en la cocina. Todos los muebles tenían comida y ollas adentro y la
madre los movía de acá para allá
-Hay un poquito de humedad, dijo la señora amable.
-Sí, más bien bastante
Desde la cocina salieron al patio y Lucía vio una
jaula enorme y blanca que colgaba del techo. En el medio, sobre un palito,
había un pájaro enorme y lleno de brillantes plumas verdes y algunas rojas. Lucía
se acercó lo más que pudo y extendió el brazo, intentando meter su dedo índice dentro
de la jaula. Los padres ahora estaban con la señora amable en el fondo del
jardín, la madre sostenía aún su cartera y el señor, adentro, comía su naranja.
-Hola, dijo Lucía
-Hola, hola, le respondió el pájaro de colores
Los padres volvieron hasta la puerta,
-Lucía, no toques nada, vamos para adentro.
La visita no duró mucho más. La señora volvió a
saludarlos con un beso afectivo a cada uno y la mamá salió con una cara tan
terrible que parecía que había mal olor. El papá apagó otro cigarrillo sobre la
vereda y subieron al auto. La próxima parada fue una librería a la vuelta de la
casa e la abuela.
-Lucía, bajá con mamá
Lucía bajó y vio un cartel enorme que colgaba del
frente del negocio: LIBRERÍA ULTRA. Entraron, la mamá dejó de sostener la
cartera con ambas manos y sacó de su agenda un papel doblado.
-¿Qué andan buscando?
La mamá desdobló el papel y desplegó sobre el
mostrador una enorme lista. En la esquina del papel, un escudo con palabras que
Lucía no entendió.
-¿El manual de Lengua para qué grado?
-Tercero
La empleada del negoció empezó a moverse detrás del
mostrador, apilando los libros que iba encontrando al lado de la lista de la
madre. Cada tanto, volvía a la lista y la leía con atención.
-Ah, el de matemática lo tenemos agotado
-¿Lo vuelven a traer?
-La semana que viene
-Está bien, ¿hasta acá cuánto es?
-Doscientos Setenta, falta sólo la Biblia
-Dejá, hasta acá nomás
La madre pagó los libros y salieron llevando una
bolsa en brazos cada una. Subieron al auto.
-Esto me sale más caro que un hijo bobo
Esa noche Lucía no pudo dormir. En su cabeza daban
vuelta los acontecimientos del día: las plumas rojas del pájaro, el pasto
alfombra, la pila enorme de libros. Lucía nunca había tenido tantos libros. Y
la tía y el asesino. Daba vueltas en la cama. Intentaba descansar, pero la
sensación de que algo se acercaba lentamente hacia su espalda con un cuchillo en
la mano la hacía sobresaltarse. Entonces se daba vuelta y el espíritu con el
cuchillo aparecía del otro lado, estaba hecho de oscuridad, como Miss Mary, y podía estar donde quisiera. No había manera
de vencerlo y Lucía, agotada, se entregaba al miedo de que, al igual que la
tía, ella también iba a morir.
Empezaron a embalar sus cosas al día siguiente, se
irían a la casa del pájaro de colores. Lucía sintió tristeza por el viejo señor
que comía la naranja en su cocina, ¿Adónde iría a vivir? ¿Qué haría con todos
esos muebles y toda la comida que tenía en la cocina? Era demasiado pronto,
pero la cara fea y el silencio de la madre le impedían a Lucía animarse a decir
algo.
Llegaron a la casa nueva un viernes. Guido se había
mudado con ellos.
-Esto es pasto alfombra, le dijo Lucía cuando
llegaron a la puerta. Los dos se acostaron entonces sobre el pasto, mientras la
mamá y el papá descargaban cajas del auto y las apilaban sobre la vereda. Anita
lloraba sola a los gritos en el asiento trasero. El papá se acercó a la ventana
y la agarró de los pelos largos. La sacó del auto arrastrándola y le pegó tres
patadas en las piernas. La volvió a dejar en el auto de los pelos y cerró la
puerta
-Ya vas a aprender, pendeja de mierda
Desde el
pasto, Lucía intentaba ignorar la escena. Le daba vergüenza que Guido, que era
tan hermoso y bueno, viera las cosas que hacían sus papás. Entonces, con la
mirada extraviada en el cielo, vieron pasar miles de nubes grises que se movían rápido
empujadas por el viento. Lucía sentía
ansiedad por que abrieran la puerta de la nueva casa, quería mostrarle todo a
Guido.
La mamá fue hacía la puerta con un llavero enrome y
la abrió. Lucía, inmiscuida entre las cosas y sus piernas, intentaba entrar. La
mamá la agarró del hombro
-¡No! Mocosa, quedate ahí afuera hasta que te diga
Cuando la última caja estuvo adentro, Lucía agarró a
Guido de la mano y empezó a correr
-¡Vení! ¡Vení!
Atravesaron el living y la cocina, Lucía abrió la
puerta del patio con torpeza. Afuera reinaba el silencio y el vacio. Recién
entonces Lucía se dio cuenta de que con los muebles, la comida y el viejo de la
naranja se había ido también el pájaro de colores que le había devuelto el
saludo.
-Te juro que me habló, Guido, te lo juro
Las lágrimas brotaban de los ojos de Lucía. Guido la
abrazó
-Vamos adentro
En la cocina, la madre barría con vehemencia
-Esto es una mugre, que asco, es una mugre -repetía
sin parar- Váyanse para arriba, acá tenemos que limpiar, ¡Vamos!
El padre seguía moviendo cajas en el living. De la
boca le colgaba un cigarrillo encendido, había acumulado una larga ceniza que
amenazaba con caer sobre la alfombra. Lucía agarró las bolsas de la librería.
-¡Arriba dijo su madre!
Subieron y se encerraron en su habitación, donde
Anita lloraba arrodillada en una esquina. Guido se puso sus auriculares y se
tiró sobre la alfombra. Lucía abrió uno de sus libros. Así que esto era el
inglés: letras y más letras unidas de una manera indescifrable. Fue cayendo la
tarde en la habitación. Con las sombras, aparecían de nuevo los fantasmas de
Lucía. Los pájaros que veía por la ventana no tenían ni voz ni colores. El
sonido del llanto de su hermana la atormentaba como el sonido de un fantasma. Y
Miss Mary, con este libro en las rodillas, repetía y repetía su mantra oscuro
lleno de presagios.
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