1 de marzo de 2014

La canción de los muertos

-Acá dentro está Facundo, le dijeron esa tarde, mostrándole una panza redonda como una luna. Lucía estaba convencida de que este era otro de los juegos de sus padres en los que todos terminaban riéndose de ella.
Sin embargo, pensaba con frecuencia en Facundo. Le habían dicho también que era un varón y que iba a vivir con ellos cuando naciera. Lucía se imaginaba que un chico como sus compañeros iba a llegar a alterar las cosas de la casa, ¿dónde iba a dormir? No había lugar en la mesa para uno más haciendo los deberes a la tarde y, además, ahora Guido iba a querer jugar al futbol y esas cosas en las que no las iban a incluir. La llegada de Facundo la dejaría con Anita como única aliada.
La panza de la madre le causaba un profundo terror. Se encerró en la habitación durante el resto de la tarde, no quería que le hablaran más del tal hermano. Acostada en su cama, con las piernas cruzadas, miraba hacia adelante sin pensar. La luz del pasillo entraba por debajo de la puerta. Unas patas largas y de andar lento hicieron sombra sobre el fondo luminoso. Después de las patas, una cola.
Lucía vio la sombra de Palmiro ir y venir varias veces antes de acordarse súbitamente de la invitación de Guido. Sonrió sin quitar la mirada de la mancha de luz sobre el piso.
-¿Venís al final?, le preguntó Guido cuando la vio en la punta de las escaleras con la mochila puesta.
-Sólo un rato, dijo Lucía. Quería con todo su corazón acompañar a Guido esa tarde, pero por nada del mundo quería volver a pisar el Huerto.
La abuela había decidido que Guido sí tendría que ir al Huerto de los Olivos a hacer la secundaria, aunque a Lucía la hubieran tratado tan mal. Tres meses después del comienzo de las clases, su padre murió de cáncer y Guido faltó a la escuela por una semana. Guido viajó al sur con la abuela Celia porque tenía que cargar el ataúd en el funeral.
-¿Para qué llevas el ataúd?
-Lo enterramos bajo tierra, la abuela Celia dije que es un espanto, pero la familia de mi papá era muy religiosa
El mismo día que volvió a la escuela, uno de los curas quiso tomarle un examen al que había faltado. Guido intentó explicarle lo de la muerte de su padre, pero el profesor no escuchó razones. Pasadas las dos horas de clase, Guido entregó su hoja en blanco. Aprovechó el recreo y se escapó del colegio por  la salida del costado de la iglesia.
Cuando el papá de Lucía escuchó la historia, no hubo vuelta atrás. En llamas, encendido, corrió hasta el colegio y directo hasta la oficina del director donde, sin ni siquiera golpear la puerta, entró dando fuertes pisadas y agarró al cura por el cuello de su negra sotana. El encuentro fue tema de conversación de los alumnos durante más de una semana. Los pocos que habían presenciado la escena la contaban con más y más exageración dos o tres veces durante cada recreo. Y los alumnos, fascinados, la repetían, siempre buscando a aquel que no la hubiera escuchado todavía para poder contarla de nuevo.  Por suerte, Guido no fue al colegio esa semana porque los curas lo habían suspendido a raíz de todo el episodio.
Lucía odiaba a los curas y a todo aquel colegio que tanto mal les había hecho a ellos. Pero era la Feria de Ciencia de Guido y era mejor acompañarlo que dejarlo sólo. El papá de Lucía había dicho que si era por él, que no fuera nadie, ni siquiera Guido, pero él quiso ir igual y ella junto valor porque sabía que era una de las últimas oportunidades de estar a solas con su primo antes de que llegara Facundo.
Fueron caminando hasta la escuela, Guido le iba contando sobre cada uno de sus compañeros como para que Lucía los distinguiera ahora que los iba a presentar. Laura era la más linda de la clase para Guido, aunque le parecía más interesante Florencia. Su mejor amigo del curso se llamaba Lucas y había un tal Sebastián al que no había que darle un segundo de atención.
La charla los distrajo y llegaron a la puerta del colegio antes de poder cansarse de caminar. Lucía vio el auto su padre en la puerta y miró a Guido, él no sacaba la vista del auto
-Vamos, la agarró de la mano y corrió hasta la ventanilla
-Suban, dijo el papá, Vamos, suban

Los hicieron esperar en una sala del hospital. Cuando el papá quiso entrar, dejaron a las chicas al cuidado de Guido. Los tres estaban sentados en una fila de asientos grises, mirando hacia el viejo televisor que colgaba de la pared. Guido no se había ni quejado por la feria de la escuela para la que había trabajado tanto. Lucía no entendía por qué ellos también tenían que estar ahí. Anita había conseguido que le dieran un billete de dos pesos y ahora se lo enrollaba entre los dedos. Sabía que los demás sentían celos de su fortuna y quería aferrarse a su premio durante la mayor cantidad de tiempo posible.

El doctor cruzó la puerta con las manos en alto y una gran mancha roja que le cubría todo el pecho. 

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