La primera vez que lo vi hacer los malabares de fuego fue en el
camino desde Melbourne hasta los Doce Apóstoles. Habíamos ido los
dos con Barbara, Manar y Kiki en un auto alquilado. Cada uno estaba
encargado de traer una sorpresa al viaje. Una noche acampamos al
borde de una laguna cerca de Lorne. Estábamos haciendo unas
salchichas a la parrilla cuando Oliver nos llamó desde cerca de la
carpa. No se podía ver mucho sin la linterna. Esperamos en silencio,
hasta que dos bolas de fuego aparecieron a unos pocos metros de
nosotras y empezaron a volar alrededor del cuerpo de Oliver. Sacamos
fotos y lo aplaudimos al final. Me gustó su sorpresa.
Cuando volvió a la habitación, le pregunté si quería ir a comer,
pero dijo que prefería que no empezáramos a salir a comer todos los
días. Yo estaba muerta de hambre, así que le ofrecí pagar la
cuenta y terminó por aceptar.
El barrio donde está nuestra pensión es como un laberinto, las
calles entre las casas son de tierra y angostas, a duras penas pasa
un auto. Hay muchos chicos jugando a la pelota, no me imaginaba que
en India les gustara el fútbol. Salimos a una avenida ancha y de
límites indefinidos. Me sorprendió un señor que vendía sandías
en la calle. Hay montañas y montañas de sandías por todos lados.
Por ahora puedo decir que Kochi es polvoriento. Parece haber muchas
obras en la calle, aunque en su mayoría son refacciones.
Encontramos una terraza linda para comer, tiene unos sillones y mesas
lindas, la cocina a la vista (nos dio tranquilidad a los dos poder
ver cómo cocinaban). El piso está pintado con flores de colores.
Nos sentamos en una mesa de dos, cerca de una pecera. Tenía varios
peces y abajo, alguien pegó un pedazo de cinta blanca y
escribió FISH.
El mantel de nuestra mesa era a cuadrados blancos y rojos. Mis manos
y las de Oliver estaban en el centro de la mesa. Me encanta que me de
la mano, que me acaricie las manos. Me gusta, sobre todo, cuando
tiene las uñas muy cortas, como hoy. Acá es difícil tener las uñas
limpias, me acabo de bañar y todavía tengo mugre en los dedos.
Comimos más o menos; unos omelettes con jugo de naranja. Después
nos fuimos al ciber. Yo moría por usar internet, quería saber qué
había pasado entre Barbara y Kiki, saber si había alguna novedad
desde Buenos Aires. No quise insistir mucho porque no sabía cómo le
iba a caer a Oliver y no quiero que piense que soy de esa gente que
no se puede ir de vacaciones sin usar internet. Igual yo sé que lo
soy, no sé por qué intento ocultárselo. Él tenía que fijarse
algunas cosas y yo me acomodé a que todo había sido su idea.
Encontramos un lugar que tenía un par de computadoras dentro de unos
bloques de chapa. Pedimos una cada uno, el mouse de la mía estaba
pegajoso y el teclado tenía varias letras ya borradas. En media
hora, sólo llegué a abrir mi gmail. Tenía un mail de Barbara que no
decía nada.Sólo preguntas: ¿Come
stai? ¿e dove ? ¿Già fatto sesso ? En Kochi, al sur de la India,
bien, todavía cansados del viaje. No, todavía nada entre Oliver y
yo.
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