15 de marzo de 2015

 La primera vez que lo vi hacer los malabares de fuego fue en el camino desde Melbourne hasta los Doce Apóstoles. Habíamos ido los dos con Barbara, Manar y Kiki en un auto alquilado. Cada uno estaba encargado de traer una sorpresa al viaje. Una noche acampamos al borde de una laguna cerca de Lorne. Estábamos haciendo unas salchichas a la parrilla cuando Oliver nos llamó desde cerca de la carpa. No se podía ver mucho sin la linterna. Esperamos en silencio, hasta que dos bolas de fuego aparecieron a unos pocos metros de nosotras y empezaron a volar alrededor del cuerpo de Oliver. Sacamos fotos y lo aplaudimos al final. Me gustó su sorpresa.
Cuando volvió a la habitación, le pregunté si quería ir a comer, pero dijo que prefería que no empezáramos a salir a comer todos los días. Yo estaba muerta de hambre, así que le ofrecí pagar la cuenta y terminó por aceptar.
El barrio donde está nuestra pensión es como un laberinto, las calles entre las casas son de tierra y angostas, a duras penas pasa un auto. Hay muchos chicos jugando a la pelota, no me imaginaba que en India les gustara el fútbol. Salimos a una avenida ancha y de límites indefinidos. Me sorprendió un señor que vendía sandías en la calle. Hay montañas y montañas de sandías por todos lados. Por ahora puedo decir que Kochi es polvoriento. Parece haber muchas obras en la calle, aunque en su mayoría  son refacciones.
Encontramos una terraza linda para comer, tiene unos sillones y mesas lindas, la cocina a la vista (nos dio tranquilidad a los dos poder ver cómo cocinaban). El piso está pintado con flores de colores. Nos sentamos en una mesa de dos, cerca de una pecera. Tenía varios peces y abajo, alguien pegó un pedazo de cinta blanca y escribió FISH.
El mantel de nuestra mesa era a cuadrados blancos y rojos. Mis manos y las de Oliver estaban en el centro de la mesa. Me encanta que me de la mano, que me acaricie las manos. Me gusta, sobre todo, cuando tiene las uñas muy cortas, como hoy. Acá es difícil tener las uñas limpias, me acabo de bañar y todavía tengo mugre en los dedos.
 Comimos más o menos; unos omelettes con jugo de naranja. Después nos fuimos al ciber. Yo moría por usar internet, quería saber qué había pasado entre Barbara y Kiki, saber si había alguna novedad desde Buenos Aires. No quise insistir mucho porque no sabía cómo le iba a caer a Oliver y no quiero que piense que soy de esa gente que no se puede ir de vacaciones sin usar internet. Igual yo sé que lo soy, no sé por qué intento ocultárselo. Él tenía que fijarse algunas cosas y yo me acomodé a que todo había sido su idea. Encontramos un lugar que tenía un par de computadoras dentro de unos bloques de chapa. Pedimos una cada uno, el mouse de la mía estaba pegajoso y el teclado tenía varias letras ya borradas. En media hora, sólo llegué a abrir mi gmail. Tenía un mail de Barbara que no decía nada.Sólo preguntas: ¿Come stai? ¿e dove ? ¿Già fatto sesso ? En Kochi, al sur de la India, bien, todavía cansados del viaje. No, todavía nada entre Oliver y yo.


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